La letra mata, el espíritu da vida

La letra mata, el espíritu da vida. 15/08/09
Por: Jorge Rojas


Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. (2 Corintios.3:6 NVI)


Algunos teólogos, expositores y estudiantes de las Sagradas Escrituras, han tomado este texto para defender su posición de que la ley o los mandamientos de Dios ya no es más de carácter obligatorio para el creyente y por tanto ya no son necesarios estos preceptos. Bajo la premisa de que la letra mata mas el espíritu es el que da vida, arguyen que los mandamientos dados en el Sinaí a Moisés fueron abolidos en razón de que constituían “el ministerio de muerte”, en tanto que hoy tenemos el ministerio del espíritu.
¿Qué quiso decir pablo con los términos ministerio de muerte o condenación y ministerio de espíritu o justificación? Según pablo ¿qué era lo que había de ser abolido, que era lo que había de perecer? ¿Qué significaba para Pablo la expresión la letra mata y que representaba el velo que según Pablo, cada vez que sus contemporáneos judíos leían a Moisés cubría sus corazones? Y ¿Por qué enfatiza que solo cuando se vuelvan a Cristo este velo les será quitado? Estas preguntas son de vital importancia para entender lo que escribió el apóstol.
Así que comencemos por analizar el marco histórico de estas declaraciones. La segunda epístola a los corintios fue escrita alrededor del año 57, el ministerio de Pablo había sido atacado muchas veces por sus propios hermanos judíos, por una secta predominantemente extremista denominada los judaizantes o el partido judío, estaba compuesta por fariseos y gentiles convertidos al judaísmo, orgullosos de sus ritos y ceremonias aseveraban que el ministerio de pablo era de origen humano, que a fin de ser salvos las personas debían circuncidarse y guardar toda la ley ceremonial, promovían la salvación por obras mediante la participación en ritos, costumbres y tradiciones, y aun las leyes que un día Dios había ordenado en cuanto a los sacrificios llegaron a constituirse en un medio de salvación, erigieron sus propios estándares de salvación y median a los demás en base a ellos, el ministerio de los judaizantes se reducía a la letra de la ley, se ocupaban exclusivamente de la forma externa de la ley, mientras que el espíritu de ella nunca había sido grabado en sus corazones, el legalismo caracterizaba cada una de sus acciones.
El capitulo. 3 de 2 de corintios, el apóstol establece una comparación entre el ministerio de la letra y el ministerio del evangelio, y prueba que el ministerio del evangelio es muy superior al de la letra, así como el evangelio de vida y libertad es más glorioso que la ley de condenación.
Analicemos un poco los términos ministerio de muerte o condenación y ministerio de espíritu o justificación.
Para Pablo el empleo del término ministerio de muerte o condenación representa el sistema religioso judío que había sido pervertido de tal forma que era inerte y no podía impartir vida a los que lo practicaban. En el vers. 9 Pablo lo llama "ministerio de condenación". El propósito del apóstol era refutar a sus adversarios judaizantes de Corinto ( 2 Cor. 11: 22), cuyo ministerio era de la "letra" y no del "espíritu".
La letra es una expresión de condenación para el pecador, en virtud de que la ley condena y no hay en ella poder para perdonar, redimir ni salvar. A pesar de ello fue establecida para vida, los que caminan en armonía con sus preceptos recibirán la recompensa de su obediencia, no así los que la transgreden, estos acarrean esclavitud y muerte y están bajo su condenación. No obstante cabe destacar que la mera obediencia no nos gana el favor divino, este era el punto en el que erraban los judaizantes y cuya influencia se había extendido en gran medida sobre el pueblo. La obediencia es hija de una relación íntima con Dios, por tanto la obediencia debe ser natural, espontánea y sincera.
La reverencia judía por la sencilla "letra" de la ley prácticamente se convirtió en idolatría; asfixió al "espíritu" de la ley. Tristemente los judíos prefirieron vivir bajo el dominio de la "letra". Su obediencia a la ley, al ritual y a las ceremonias establecidas, era formal y externa a la vez que enseñaban que era el único camino para llegar a Dios y ser salvos. Olvidaron que la consagración y la obediencia de un cristiano no deben caracterizarse por procedimientos rutinarios, minuciosas regias y complicados requisitos, sino por la presencia y el poder del Espíritu de Dios, y esto era algo que ellos, los lideres y dirigentes religiosos habían perdido, llegaron a cargar el camino de la salvación con un sin número de preceptos y reglamentaciones que hacían pesado, tedioso y difícil el camino hacia el Padre.

Note como lo expresara Jesús;
· Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas.
· ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!, que cierran el reino del Cielo ante los hombres, y no entran ustedes ni dejan entrar a los que están entrando.
· ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas! Porque pagan el diezmo de la menta, el eneldo y el comino, pero pasan por alto los aspectos más importantes de la ley: la justicia, la compasión y la fe. Estas cosas debían haber hecho, sin dejar de hacer aquellas.
· Guías ciegos!, que cuelan los mosquitos pero engullen los camellos.
(Mat 23:4, 14, 23, 24)
· Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón lejos está de mí. Más en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
(Mat 15:7-9)
La ley es una norma de conducta que salvaguarda nuestra relación para con Dios y para con nuestro prójimo, revela el pecado, nos muestra nuestra verdadera condición ante Dios y coloca en nosotros el anhelo de un salvador, en otras palabras, la ley despierta la conciencia del hombre para que pueda verse tal cual es, perdido, bajo la condenación de la de la ley. Esto era algo que los judíos había olvidado, su énfasis estaba en sus ceremonias y ritos y no en un llamado a la consagración y a un cambio de vida fruto de la unión con Dios, estaban más pendientes de la forma de la religión que del espíritu de la misma. Olvidaron y muchos hoy también lo olvidan que sin un nuevo corazón es imposible guardar la ley, de allí la siguiente declaración del Señor Jesús:
· Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán.
Pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar, y lo uno y lo otro se conservan.
(Luc 5:37, 38 )

El problema de muchos profesos cristianos hoy día es que quieren servir y obedecer a Dios con un corazón viejo.se requiere un corazón nuevo y esto es un milagro de Dios.
Note la promesa registrada por el profeta Ezequiel:

· Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra.
(Eze 36:26, 27 )
Nacemos separados de Dios debido al pecado, por tanto es menester nacer de nuevo del agua y del espíritu tal como lo expreso Jesús a Nicodemo hace más de 2000 años atrás. ( ver. Juan.3) solo así el pecador puede obedecer por fe y amor los preceptos Divinos.
En los días de Pablo el judaísmo había perdido a tal punto el "espíritu" de la verdadera religión, que sus ritos religiosos eran solamente "letra". Como sistema había perdido el poder de impartir vida a sus seguidores; el cristianismo, por su parte, todavía era joven y fuerte, aunque en los siglos siguientes también se degeneraría. De modo que cuando Pablo escribió, el judaísmo estaba identificado con la "letra", y el cristianismo se identificaba con el "espíritu" hasta donde estaba libre de la influencia del judaísmo.
El contraste entre "letra" y "espíritu" en las Escrituras es peculiar del apóstol Pablo (Rom. 2: 27-29; 7: 6). La primera es superficial; el segundo llega a lo íntimo. Tanto judíos como cristianos corren el peligro de poner énfasis en la "letra", excluyendo el "espíritu". El AT y el NT constituyen una revelación inspirada por el Espíritu Santo (2 Tim. 3: 15-17). Dios quería que el judaísmo tuviera ambos, la "letra" y el "espíritu": el registro de la voluntad revelada de Dios y ciertas formas o ritos prescritos que se tradujeran en una experiencia viviente (ver com. Juan 4: 23-24); lo mismo debe suceder en el cristianismo. Los credos oficiales, la teología teórica y las formas del culto, no tienen poder para salvar a los hombres del pecado.
Ahora bien, la "letra" de la ley era buena pues procedía de Dios y quedó registrada en los escritos de Moisés; pero, Dios tenía el propósito de que la "letra", el registro escrito de la ley, fuera sólo un medio para establecer el "espíritu" de la ley en los corazones de los judíos. Sin embargo, la mayoría de los israelitas fracasaron en interpretar la "letra" de la ley en términos del "espíritu" de la ley; es decir, no la convirtieron en una experiencia religiosa de salvación personal del pecado por medio de la fe en la expiación que proporcionaría el Mesías.
La observancia literal, nada más, de la ley, "mata". Sólo el "espíritu" de la ley puede "vivificar", ya se trate de judíos o de cristianos. La práctica del cristianismo fácilmente puede degenerar en una "apariencia de piedad " sin "la eficacia de ella" (2 Tim. 3: 5). De modo que la "letra" del cristianismo "mata" a los que dependen de ella para la salvación.
Reducir la vida y el culto cristiano al cumplimiento de un sistema de reglas sin que haya dependencia del Dios viviente, es confiar en el uso y el ministerio de la "letra". Los actos externos y las ceremonias de la religión, ya sea judía o cristiana, no son sino un medio para alcanzar un fin. Pero si se los considera como fines en sí mismos, se convierten al instante en un estorbo para la verdadera experiencia religiosa.
Lo mismo con la ley de Dios, el Decálogo. El cumplimiento externo de sus preceptos, en un esfuerzo para ganar la salvación mediante ellos, es vano. La obediencia tiene valor delante de Dios sólo cuando se produce como un resultado natural del amor a Dios y al prójimo como bien lo mencionáramos antes.
La "letra" era buena, pero no tenía poder para rescatar al pecador de la sentencia de muerte; en realidad, lo condenaba a muerte. La ley, como fue dada originalmente por Dios, tenía el propósito de dar vida (Rom. 7: 10-11), y por eso el mandamiento es "santo justo y bueno" (Rom. 7: 12). La muerte entró por la desobediencia, pero la vida vino con la obediencia. La ley, pues, hace morir al pecador, pues "el alma que pecare, ésa morirá " (Eze. 18: 4, 20). "La paga del pecado es muerte" (Rom. 6: 23), pero el Evangelio tenía y tiene el propósito de perdonar al pecador y darle vida (Rom. 8: 1-3). La ley condena a muerte al violador del mandamiento, pero el Evangelio lo redime y le da vida nuevamente (Sal. 51).
En cambio el ministerio del "espíritu" imparte poder sobrenatural. La sentencia de muerte impuesta por la ley es invalidada por la dádiva de vida en Cristo (1 Juan 5: 11-12). Cuando la norma de justicia de Dios llega hasta la conciencia de alguien que se ha convertido, se transforma en un motivo de obediencia y vida; pero cuando esa norma -la ley de Dios- penetra en la conciencia del que no se ha regenerado, lo condena a muerte.
¿Entiendes ahora porque Pablo dice que la letra mata? No hay poder en ella para salvar, pero nos señala a Cristo quien nos salva de la condenación de la ley, es aquí donde entra en juego el segundo término que emplea el apóstol; el ministerio de espíritu o justificación.
¿Que en cuanto a la gloria de la que escribe pablo la cual había de perecer o ser abolida? ¿A que gloria se refiere? Acá el apóstol establece un contraste entre la gloria que permanece y la gloria que se desvanece, entre lo más glorioso y lo menos glorioso, entre lo nuevo y lo antiguo. En ambos casos la "gloria" es la gloria de la presencia de Cristo. En lo nuevo hay una plena revelación de la gloria de Dios debido a la persona y la presencia reales de Cristo que vino a este mundo para que lo vieran los seres humanos ( Juan 1: 14), y cuya gloria permanece para siempre (Heb. 7).
En el ministerio mosaico Cristo sólo estaba en los símbolos que proporcionaba la ley ceremonial, pero a pesar de todo, la gloria que se reflejaba era la de Cristo. El Redentor estaba oculto detrás de un velo de símbolos, emblemas, ritos y ceremonias; pero el velo fue quitado con la llegada de la gran Realidad simbolizada ( Heb. 10: 19-20) por esos símbolos.
Algunos, leyendo superficialmente, han llegado a la conclusión de que la ley de Dios "había de perecer"; pero lo que claramente se dice en este versículo es que la gloria fugaz reflejada en el rostro de Moisés era la que "había de perecer". Esa "gloria" se desvaneció a lo sumo en unas pocas horas o días, pero la ley de Dios grabada "con letras en piedras" permaneció en vigencia. El ministerio de Moisés y el sistema judío eran los que tenían que desaparecer, no la ley de Dios ( Mat. 5: 17- 18). La gloria no estaba en las tablas de piedra, por lo tanto no se desvaneció de allí.
La gloria fugaz del rostro de Moisés fue el resultado de su comunión con Dios en el Sinaí. Demostraba a los que la veían que Moisés había estado en la presencia divina; era un testimonio silencioso de su misión como representante de Dios y de la obligación del pueblo de ajustarse a sus preceptos. Esa gloria debía confirmar el origen divino de la ley y su vigencia obligatoria.
Así como el rostro de Moisés reflejaba la gloria de Dios, así también la ley ceremonial y los servicios del santuario terrenal reflejaban la presencia de Cristo. El propósito de Dios era que los creyentes en los días del AT entendieran y sintieran la presencia salvadora de Cristo en la gloria reflejada del sistema simbólico. Pero cuando Cristo vino, los hombres tuvieron el privilegio de contemplar la gloria de la Realidad simbolizada o anticipo ( Juan 1: 14), y ya no necesitaron más la gloria menor reflejada por los símbolos o tipos. En los días del AT los pecadores hallaban la salvación por la fe en Cristo, Aquel que había de venir; exactamente sucede lo mismo en la era cristiana.
Por esta razón Pablo habla de la administración de esos ritos y esas ceremonias como un "ministerio de muerte". Los judíos que no vieran a Cristo en el sistema de sacrificios, morirían en sus pecados. Ese sistema nunca salvó por sí mismo a nadie de cosechar la paga del pecado: la muerte. Y puesto que la mayoría de los judíos de los días de Pablo -incluso los judaizantes que en ese momento perturbaban la iglesia de Corinto- consideraban que esos sacrificios eran esenciales para la salvación, evidentemente Pablo caracterizó todo el sistema como un ministerio de muerte. Era inerte. Judíos y gentiles debían encontrar vida en Cristo, pues sólo en él hay salvación (Hech. 4: 12). Cristo fue sin duda el Salvador de Israel durante todo el tiempo del AT como lo es ahora ( Hech. 15: 11).
El fracaso de la nación judía para ver a Cristo en los símbolos del sistema ceremonial y creer en él, caracteriza toda la historia hebrea desde el Sinaí hasta Cristo. De modo que la expresión ministerio de muerte caracteriza adecuadamente todo el período del sistema judío, aunque, por supuesto, hubo muchas excepciones notables. La ceguera de Israel lo indujo finalmente a rechazar a Jesús como el Mesías y a crucificar a su Redentor. Pablo declara que con la llegada de la gloria mayor revelada en Cristo y el consecuente desvanecimiento de la gloria reflejada del sistema simbólico, no podía haber más excusa para permanecer bajo tal sistema. La venida de Cristo y la plenitud del Espíritu Santo proporcionaron ampliamente un ministerio que podía impartir vida.
A este ministerio de salvación que imparte vida es designado el apóstol como (1) "el ministerio de reconciliación" (cap. 8: 18), es decir un ministerio por el cual los hombres son reconciliados con Dios; (2) "el ministerio del espíritu" (cap. 3: 8); (3) "el ministerio de la palabra " (Hech. 6: 4); (4) "el ministerio de justificación" (2 Cor. 3: 9), es decir un ministerio mediante el cual los hombres pueden aprender la forma de llegar a ser justos ( Rom. 8: 3-4).
El tema que desarrolla Pablo va de lo menor a lo mayor. Este capítulo presenta una serie de contrastes: la letra y el espíritu, la gloria que se desvanece y la gloria que permanece, condenación y justificación, Moisés y Cristo. En cada caso, el segundo término es infinitamente superior al primero ( Heb. 3: 1-6). La gloria del ministerio centralizado en el sistema de sacrificios era grande, pero parecía ser nada cuando se la comparaba con la de Cristo; por esta razón había perdido su gloria el primer ministerio; se había eclipsado completamente. Pablo veía el desvanecimiento de la gloria del rostro de Moisés como una ilustración del fin del sistema mosaico, del fin del "ministerio de muerte". El ministerio apostólico hizo terminar el de Moisés porque éste ya había cumplido su propósito.
Los judaizantes mantuvieron fijos sus ojos en "las figuras de las cosas celestiales" después de que Cristo regresó al cielo para ministrar "las cosas celestiales mismas" (Heb. 9: 23). Pablo procuraba desviar la atención de los hombres de la "letra" de una ministración que era impotente para impartir vida, para que se fijaran en el "espíritu" del sistema que podía impartirles vida. El sistema judío no sólo había llegado a ser inútil como guía para la salvación, sino, en realidad, peligroso porque tendía a apartar la atención de los hombres de Cristo, aunque su propósito original había sido llevar a los seres humanos al Salvador.
Es interesante notar el diferencia que establece Pablo en los vers. 7-11, contrasta el ministerio mosaico con el apostólico, presenta los diferentes resultados de las dos clases de ministerios como se pueden ver en los judíos (vers. 13- 16) y en los cristianos (vers. 17-18). Los judíos permanecieron ciegos y duros de corazón; pero para los cristianos el ministerio del "espíritu" significó libertad y transformación.
Y que decir en cuanto al velo, Pablo utilizo el episodio del velo para ilustrar la ceguera espiritual de Israel (2 Cor. 3: 14-16). Según el apóstol, la gloria que se desvaneció representaba los símbolos y las ceremonias que terminarían con el aparecimiento de la gran Realidad simbolizada, el Señor Jesucristo. Pablo explica que debido al "velo" los israelitas no pudieron ver el desvanecimiento de esa gloria pasajera ni comprender su significado, pues creían firmemente que los símbolos y las ceremonias tenían que ser permanentes. Los consideraban como un fin en sí mismos; no comprendían que ese sistema simbólico era transitorio y provisional por naturaleza, que prefiguraba la gloria de Cristo que había de venir. El velo simbolizaba la incredulidad de los judíos (Heb. 3: 18-19; 4: 1-2; cf. PP 340-341) y su insistencia en no percibir a Cristo en el ministerio de los sacrificios. De allí las palabras registradas en el vers.16, “cuando se conviertan al Señor el velo se quitara”
El sistema judío de ceremonias no sólo se había vuelto obsoleto, sino que cuando dicho sistema estuvo en vigencia, los judíos pervirtieron mucho el plan original y el propósito de Dios por medio de él. Esto hizo que el sistema fuera tan ineficaz como objeta (Mat. 23: 38; DTG 530). Con la venida de Cristo ya no había la menor excusa para perpetuar el antiguo ministerio, como procuraban hacerlo los judaizantes adversarios de Pablo. (Cf. Rom. 9: 30-33.)

Pablo ahora les dice que el velo, en vez de estar sobre el rostro de Moisés, se encuentra ahora sobre los libros que él escribió y que ellos (los judaizantes) sin hacer caso a la palabra hablada o escrita por Moisés, aún permanecían cegados. Los judíos no pusieron a un lado la ley; la leían con regularidad y es probable que honraran a Moisés. En realidad no creían en él, pues de lo contrario hubieran creído en Cristo (Juan 5: 46-47). La gloria de Moisés consistía para ellos en la "letra" de la ley y en las formas externas y en las ceremonias allí prescritas. La naturaleza y el significado de la obra del Mesías seguían siendo un misterio para ellos.
Cuando leen a Moisés, es decir los primeros cinco libros de la Biblia, los cuales se conocían como "la ley de Moisés", y eran leídos regularmente en las sinagogas (Hech. 15: 5, 21; ver t. V, pp. 97-99). les queda el mismo velo, en otras palabras, la misma incapacidad espiritual para reconocer las grandes verdades espirituales y el propósito espiritual del ministerio de Moisés. Unos 1.500 años después del Sinaí los judíos continuaban con el entendimiento tan embotado como antes. La incredulidad de los judíos en los días del apóstol Pablo era idéntica a la de los días de Moisés. Pablo destaca que descubrir a Cristo en las profecías del AT y en las ceremonias y formas prescritas en sus páginas, era lo único que podía ser suficiente para quitar el "velo" cuando se leían esos pasajes de las Escrituras. Pero los judíos se negaron a reconocer a Cristo como el Mesías, y por eso el velo continuaba sin ser quitado.
Es interesante notar que el velo estaba sobre el corazón de ellos, es decir no tanto sobre el intelecto como sobre la voluntad. ¿Por qué? Porque podrían haber creído, pero se negaron a hacerlo (ver com. Ose. 4: 6). Los judíos decidieron permanecer voluntariamente ciegos a través de toda su historia como nación. En los escritos de Moisés sólo veían lo que querían creer (ver t. IV, p. 35). Estaban completamente convencidas de la incomparable excelencia de la "letra" de la ley de Moisés, pero cerraban los ojos a su "espíritu". Los servicios del santuario y los sacrificios señalaban al Cordero de Dios y su obra como mediador. Salmos como el 22, el 24 y el 110 destacaban a Aquel que es mayor que David. Las profecías de Isaías deberían haberlos inducido a comprender que el Mesías tenía que sufrir antes de que fuera coronado Rey. Es indudable que sólo esperaban que el Mesías los librara de sus enemigos extranjeros, y no de Sus Pecados (ver com. Luc. 4: 19). Este mismo velo de incredulidad voluntaria con frecuencia oculta la verdad de la gente hoy día.
Necesitamos estudiar las Escrituras con mentes abiertas, listas para renunciar a opiniones preconcebidas y a reconocer y aceptar la verdad cualquiera que ella sea. El obstáculo para la visión espiritual está dentro del individuo, no en Dios. Cuando las personas se convierten de verdad, disciernen que tanto el AT como el NT dan testimonio de Cristo (Luc. 24: 27; Juan 5: 39; 15: 26-27; 16: 13-14). Pero algunos cristianos modernos, a semejanza de los judíos incrédulos de los días del NT, velan su entendimiento y ven en el AT sólo un sistema de ritos y ceremonias, Moisés se quitó el velo cuando regresó a la presencia de Jehová (Exo. 34: 34), y la ceguera espiritual y la incredulidad serán quitadas de la mente y del corazón de los que verdaderamente se conviertan.
Cuando los judíos, guiado por el Espíritu llegaban a creer en Cristo, les era quitado el velo que había oscurecido su visión del pacto eterno y que los había extraviado. Entonces Podían comprender el verdadero significado del sistema judío y entender que Cristo constituía, en su persona y obra, el mismo corazón del sistema de sacrificios y de toda la ley de Moisés.
Los hombres pueden leer correctamente el mensaje de las Escrituras ya se trate del AT o del NT únicamente cuando encuentran a Cristo en ellas. Para entender la Palabra de Dios e interpretarla correctamente, es imprescindible que se obedezca de todo corazón la voluntad divina ( Mat. 7: 21-27).
El ministerio del Espíritu del que habla pablo significa estar liberado del ministerio de la letra, que aisladamente y por sí mismo significa servidumbre y muerte. Andar "en el Espíritu" es disfrutar de la libertad cristiana (Gál. 5: 13-16; cf. Juan 6: 63). El ministerio de la "letra" grabada en tablas de piedra no tiene en sí y por sí mismo poder alguno para convertir a los pecadores y dar libertad del pecado. Sólo el Hijo puede hacer a los hombres "verdaderamente libres" (Juan 8: 36).
La libertad del Espíritu es la de una nueva vida que siempre se expresa en forma natural y espontánea por una sencilla razón: cuando un hombre nace de nuevo, su deseo supremo es que la voluntad de Dios sea eficaz en él. La ley de Dios escrita en el corazón ( 2 Cor. 3: 3) lo libera de todo tipo de obligación externa. Prefiere hacer lo correcto no porque la "letra" de la ley le prohiba hacer lo incorrecto, sino porque el "espíritu" de la ley grabado en su corazón lo induce a preferir lo correcto. Cuando el Espíritu vive en el hombre, rige de tal manera su voluntad y sus sentimientos, que desea hacer lo que es correcto y se siente libre para obedecer la verdad tal como es en Jesús. Acepta que la ley es buena y "según el hombre interior" se deleita "en la ley de Dios" (Rom. 7: 22; cf Sal. 1: 2). El ministerio del espíritu no significa como defienden algunos teólogos libertad para desdeñar, transgredir y descuidar los mandamientos de Dios, que aunque su obediencia a ellos no nos salva, desobedecerlos nos condena.
Ante lo antes mencionado, cabe decir que la libertad en Cristo no significa libertad para hacer lo que a uno le plazca, a menos que lo que a uno le agrada sea obedecer a Cristo en todas las cosas.




REFERENCIAS
Comentario Biblico Adventista Tomo 6. II Corintios 3.
1-3 HAp 263
2 CH 560; FE 200, 388, 391; H Ad 26; 2JT 77, 117, 127. 377: MJ 345; 2T 344, 548, 615, 632. 705; 3T 31, 66; 4T 106, 376, 615; 6T 81, 251
2-3 CC 116
3 CS 305
5 Ev 281; 2JT 538, 2T 550; 6T 414
5-6 HAp 264
6 ECFP 82
7-11 PP 341, 383
13-14 HAp 36; PP 341; SR 303
13-18 EC 107
15-16 PE 213
17 HAp 367
18 CC 72; CH 528; CM 191; CS 532; CW 122: DMJ 73-74; DTG 63, 409; ECFP 8; Ed 274; Ev 103: FE 480, HAp 248, 435, 446; 2JT 18, 60, 341, 536; 3JT 96, 230; MC 332, 393, 403; MeM 24,47, 55, 108, 202; MJ 102, 111; OE 268, 290; PVGM 289; SC 296; 4T 616; 5T 306; 8T 289; TM 118, 223, 395















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