La Llegada de los Reyes del Oriente

La Llegada de los Reyes de Oriente
Las Bodas del Cordero

Introducción
EN APOCALIPSIS 18 se resaltan las lamentaciones de los dependes de Babilonia la Grande, aquí en el cap. 19 se destacan las alabanzas de los redimidos y las inteligencias celestiales. Este capítulo destaca también el destino final de los seres humanos bajo la figura de dos cenas: “la cena de las bodas del cordero” (vers. 9) en la que participarán todos los salvados y “la gran cena de Dios”, en la que se comerán – según el lenguaje simbólico – “carnes de reyes y de capitanes, de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes” (vers. 17-18). Esta vida es la oportunidad que el Cielo nos da para elegir con quién vamos a cenar en el último gran día, si con Cristo o con el enemigo de toda justicia.

Bien podemos dividir este capítulo en dos partes. La primera (vers. 1-10) se centra en las alabanzas que se elevan a Dios por sus salvación y la cena del cordero. La segunda parte (vers. 11-21), se centra en la segunda venida de Cristo a esta tierra como Rey de reyes y la cena de las aves. Se observa que la visión del “Armagedón de Apoc. 19 constituye tanto la expansión final de Apocalipsis 16 al 18 como la introducción a Apocalipsis 20”.[1] Veamos ahora el desarrollo de esta interesante visión.

Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha, corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya! Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes (cap. 19:1-5).

Alabanzas en el cielo
Después que Juan fue testigo de las escenas de los caps. 17 y 18 es llevado a ver la acción de la “gran multitud” en el cielo que alaba a Dios por haberlos salvados. Esta nueva escena le fue presentada sin interrupción. Se reconoce que la “antífona del capítulo 19:1-7 se canta en estrecha relación con los acontecimientos que acompañan la segunda venida de Cristo”.[2] La Inspiración nos revela que este canto será entonado inmediatamente después que haya terminado la obra del séptimo ángel, el portador de la última plaga.[3] Pero “la atención no se concentra en los redimidos que alaban a Dios por castigar a los impíos como si el sufrimiento de los impíos les produjera placer. El Creador no se complace en la muerte de los impíos [Eze. 18:23; 33:11], tampoco las multitudes angélicas del cielo ni los redimidos. El pasaje señala más allá de los individuos a ‘la gran ramera’, a todo el sistema del mal y la apostasía que ha corrompido la tierra”.[4]
Dios es alabado porque “sus juicios son verdaderos y justos, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de” Babilonia. Es decir, sus hechos de juicios en relación con la Gran Babilonia y las plagas que cayeron sobre ella, es un acto de justicia. Cada una de las virtudes mencionadas aquí que se le atribuyen a Dios está precedida en el original por el artículo definido. Bien podríamos traducir este pasaje de la siguiente manera: “La salvación, la honra, la gloria y el poder…”. Esto remarca “la plenitud, la suma total de cada atributo”. Si, ¡Dios es digno de ser alabado por toda la eternidad! Se reconoce que estas virtudes que se le atribuyen a Dios deberían despertar la alabanza y la adoración en el corazón humano. “La salvación de Dios debe despertar la gratitud; la gloria de Dios debe despertar la reverencia; el poder de Dios es siempre ejercido en amor, y debe por lo tanto despertar la confianza en nosotros. La gratitud, la reverencia y la confianza son los tres elementos constitutivos de la verdadera alabanza”.[5]
En Apoc. 12:10 encontramos que las voces celestiales alaban a Dios porque el gran Acusador fue lanzado fuera del cielo definitivamente, hay salvación de las garras del dragón. Aquí, en el texto que nos ocupa, la salvación es de las garras de la moderna Babilonia simbólica. La primera salvación hace alusión a lo que se logró con el primer advenimiento; la segunda, señala a lo que “se obtendrá con el segundo advenimiento”.
Esta escena nos recuerda además la visión del trono de Apoc. 4 y 5. Aquí está los mismos elementos: el “Señor Dios nuestro”, los “veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes” postrados en adoración ante el gran Dios. En Apoc. 4:10-11 leemos: “Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. De igual manera, en Apoc 5:13 leemos: “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, ya todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos”. La similitud es interesante.
Algo más. Se notará que la voz que sale del trono ordena a una clase particular de persona para que adoren a Dios: “Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes”. Esto es importante, pues se reconoce que en el Apocalipsis se denomina siervos a dos clases de personas. 1) A los santos hombres de Dios, los profetas (cap. 10:7; 11:18; 22:6); y 2) a los mártires (7:3; 19:2). “Entonces, esta es la alabanzas de los profetas y de los mártires que han dado testimonio de Dios con sus voces y con sus vidas”.[6] La otra clase de personas a quienes se le hace el llamado para adorar a Dios es a los que temen a Dios, sean grandes o pequeños. Según se ha observado “esta frase inclusiva abarca ‘a los cristianos de todas las capacidades intelectuales y categorías sociales, y de todas las etapas de progreso en la vida de Cristo’ [cf. Apoc. 11:18]”.[7] En Apoc. 13:16; 19:18 y 20:12 los pequeños y grandes representan a todas las jerarquías de personas impías que tendrán que hacer frente al juicio de Dios.

Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas cosas son palabras verdaderas de Dios (vers. 6-9).

El canto de la gran multitud
Juan oye una vez más la voz de una gran multitud que parecía “el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos”. La expresión “estruendo de muchas aguas” es frecuente en el Apocalipsis (cap. 1:15; 14:2). Del mismo modo, es frecuente la expresión “grandes truenos” (Apoc. 4:5; 6:1, cf. Job 37:4-5; Sal. 29:3-4). Se observa que en ningún otro lugar “el estruendo de muchas aguas” (cap. 14:2; 19:6) es más hermoso que en la isla de Patmos. Ya descubrimos que la palabra “mar” se menciona 26 veces en el Apocalipsis. Vimos además que “en los días de Juan el estruendo del océano y el estrépito del trueno eran los sonidos más fuertes e intensos que conocía el hombre. Su profundidad y majestad aún no han sido sobrepujados como símbolos de la voz del Creador” (cf. Eze. 43:2; Dan. 10:6). Juan usa estas impresionantes imágenes para darnos una grandiosa representación de la majestuosidad de la escena celestial.
Resulta interesante notar que Juan llama a Dios en este pasaje una vez más “todopoderoso”, y esto tiene maravillosas implicaciones para su pueblo remanente. El Apocalipsis es precisamente la revelación de los sucesos que estarán en estrecha relación con la iglesia de Cristo en toda su historia, desde los días del profeta hasta el fin mismo del tiempo. El Apocalipsis es velo descorrido que nos permite mirar lo que sólo está totalmente expuesto al conocimiento ilimitado de Dios. Los poderes que se oponen al pueblo de Dios durante toda su historia son desenmascarados ante la vista del remanente. Nuca tuvo la iglesia de Cristo tanta posibilidad de perecer, pues nunca fueron tan feroces y bien organizadas las fuerzas hostiles que lucharon contra ellas. Pero Dios es el Todopoderoso. Él vive y reina por los siglos de los siglos. Él tiene el control absoluto del curso de la historia. ¡Él tiene la última palabra!
La palabra “todopoderoso” significa literalmente “el que controla todas las cosas”. Y de todas la veces que se usa en el Nuevo Testamento, diez veces en total, nueve veces aparece en el Apocalipsis (cap. 1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7,14; 19:6,15; 21:22). La excepción está en 2 Cor. 6:18, que a la vez constituye una cita del Antiguo Testamento. Se puede decir que “todopoderoso” es un “título de Dios que es característico del Apocalipsis” y recalca la omnipotencia de nuestro Dios. Con razón nos dice el salmista: “Venid a ver las obras sorprendentes, que Jehovah el Señor ha hecho en la tierra. Hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego. Estad quietos, y conoced que Yo Soy Dios. Exaltado seré entre las naciones, enaltecido seré en la tierra” (Sal. 46:8-10). Dios no sólo tiene un conocimiento absoluto de los acontecimientos del futuro, sino que con su omnipotencia dirige tales asuntos para la ejecución de sus santos y justos propósitos. “Estad quietos, y conoced que Yo Soy Dios”.

La esposa del Cordero
La imagen de la relación entre esposos como una figura del trato de Dios con su pueblo es una idea común en los escritos inspirados (Jer. 3:14; Ose. 2:19; Isa. 54:5; Juan 3:29; Mar. 2:19; Mat. 22:2,10; 25:1). Este es un tema interesante: el Cordero se va a casar y su esposa es la iglesia que Él compró con su propia sangre (Hech. 20:28). ¡Y ella está preparada! Es por eso que “ha llegado (o ‘ya llegó’) la boda del Cordero”, de otra manera ese momento se habría prolongado. La imagen de una mujer como símbolo de la iglesia también la vimos en nuestro análisis de Apoc. 12:1. El apóstol Pablo se expresó de la iglesia de Corintios en la siguiente forma: “Porque os he desposado con un solo esposo, con Cristo; para presentaros a Él como una virgen pura” (2 Cor. 11:2). El tiempo en que se hace el anuncio de la boda del Cordero es posterior a la preparación de la iglesia para el encuentro con Cristo. Si el Armagedón hubiera llegado sin la iglesia estar lista para la traslación, habría perecido junto con los impenitentes en medio de los juicios de Dios contenidos en las plagas.

Hermosas vestiduras
Juan ve a la iglesia vestida “de lino fino, limpio y resplandeciente”. Alcanzó un carácter puro por el poder y la gracia de Dios (cf. caps. 3:5; 6:11). Cristo ve en ella un reflejo perfecto de su carácter. Bien se ha observado que es “el carácter lo que forma el vestido de la Esposa del Cordero”. El lino fino ha sido visto como una referencia a la perfecta justicia de Cristo con la cual Él viste a su pueblo en la experiencia de la Justificación por la Fe (Gál. 3:28; Rom. 13:14; Isa. 61:10). Esta justicia inmaculada no sólo cubre externamente al pueblo remanente, también es depositada internamente en su corazón por medio de la dádiva del Espíritu Santo (Rom. 5:5; 10:10; Tit. 3:5-7). La justicia de Cristo es tanto imputada (acreditada a la cuenta del pecador) como impartida (otorgada poco a poco). Es así como la vida justa de Cristo, que por medio de la fe constituye la vida del remanente, se expresa en actos externos de justicia que honran y glorifican a Dios. “El lino fino representa las obras justas de los santos” (NRV 2000). Esta declaración tiene que ver con el sello que ha sido puesto en la frente de los siervos de Dios precisamente antes del cierre de gracia (Apoc. 7:1-3). Al comparar Apoc. 7:3 con Apoc. 14:1 descubrimos que el sello de Dios tiene que ver con el carácter de Dios Padre y del Cordero reproducido en los creyentes. Por consiguiente, una vez se reproduzca el carácter de Dios en la vida de su iglesia Él vendrá a reclamarla como su posesión. En este contexto se nos ha dicho: “Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de Sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”.[8]
La idea de una preparación indispensable para el encuentro con Cristo está explícitamente expresada también en Apoc. 14:14-18. Allí se hace claro que la proclamación del triple mensaje angélico (vers. 6-12) hace madurar a los habitantes de la tierra para la gran siega final. Tanto justos como injustos están completos en sus aptitudes y actitudes hacia Dios. Unos con un carácter semejante al de Cristo (por eso tienen el sello de Dios) y otros con un carácter semejante al de Satanás, el gran adversario (por eso tienen la marca de la bestia). Ambos grupo están listos para cosechar lo que han sembrado (Gál. 6:7; Apoc. 22:11). La cosecha puede realizarse porque está madura. Esta misa idea es la que nos presenta Apoc. 19: “Ha llegado la boda del Cordero, y su novia se ha preparado” (NRV 2000).
Debemos observar algo más sobre este particular. En el texto que ahora nos ocupa la esposa del Cordero es la iglesia. Pero en el cap. 21:9-10, la “novia, la esposa del Cordero” es la Santa Ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén. Según el vers. 2 esta deslumbrante Ciudad desciende del cielo “engalanada como una novia para su esposo”. ¿Cómo explicar esto? Esta aparente dificultad se resuelva fácilmente si se toma en cuenta que “la Nueva Jerusalén será la capital de la Tierra Nueva, y como tal será representante de ‘los reinos del mundo’, que ‘ha venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo’ (caps. 11:15; 21:1-5)… Estas bodas consisten en que Cristo recibirá su reino, representado por la Nueva Jerusalén, y en su coronación como Rey de reyes y Señor de señores en el cielo cuando finalice su ministerio sacerdotal, antes de que se derramen las plagas”.[9] Este hecho, en lugar de confundirnos, nos revela adicionalmente que si tanto la iglesia como la Nueva Jerusalén son consideradas como la “novia” o “esposa” de Cristo, se debe a que “la Boda del Cordero” se realizará en el cielo al finalizar la última fase de intercesión sumosacerdotal de Cristo en el Santuario celestial. Tampoco debe confundirnos que “la novia” sea llamada también “la esposa”, porque según “la idea judía del compromiso, una mujer comprometida, es decir una novia, podía ser considerada como una esposa”.[10]
Jesús prometió preparar lugar para la iglesia en la “Casa” de su Padre, el lugar de su morada, el Santuario celestial (cf. Juan 14:1-3). Cristo recibirá entonces de forma definitiva no sólo el reino, el “dominio eterno”, sino a su pueblo, quien fue considerado digno de la vida eterna en el Juicio Pre-advenimiento o Juicio Investigador (cf. Dan. 7:14, 12:1).
La idea de una nación justa y una ciudad aparece en Isa. 52:1, de donde parece que el simbolismo de Apoc. 19:7-8 fue extraído. Allí leemos: “¡Despierta, despierta, Sión! Vístete tu fortaleza. Vístete tu hermosa ropa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni impuro” (NRV 2000). La “ropa hermosa” con la que se le ordena vestir a Jerusalén, representaría “a la gente justa que había llegado a ser humilde y penitente porque había sido disciplinada en la cautividad, y se había unido a Dios por el arrepentimiento y la confesión de pecados.
“Del mismo modo, los santos justos de todas las edades que confían en Dios son la gloria y el regocijo de la Nueva Jerusalén. ‘El hermoso atavío de esta ciudad, consiste, por así decirlo, en las huestes de los redimidos e inmortales que andan por sus calles de oro’ “.[11]
Es interesante notar que aunque desde siempre la relación de Cristo con su iglesia ha sido la de una pareja que se ha casado, la boda de Apocalipsis 19:7 se presenta como un hecho futuro. Esto se debe a que “Apocalipsis 19 se concentra en el estado de los redimidos y la nueva relación que entablarán con Cristo en la eternidad, sin pecado (cf. vers. 8) que está por comenzar”.[12] Juan nos dice además que son “bienaventurados (dichosos o felices) los llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas cosas son palabras verdaderas de Dios” (vers. 6-9). Esta cena se celebrará cuando el largo y fastidioso día de la triste historia de este mundo haya llegado a su final. Entonces, ese será el día más glorioso. ¡Gracias a Dios que estas palabras son “verdaderas”!

Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía (vers. 10).

“Yo me postré para adorarlo”
Lleno de gozo porque las fuerzas del mal han sido vencidas Juan queda lleno de intensa gratitud. Y movido por la profundidad del gozo que lo conmovió se postra a los pies del ángel para adorarlo. Pero el ángel le dice rápidamente: “Mira, no lo hagas” (cf. Hech. 10:26). Y añade: “Yo soy consiervo tuyo (lit. ‘compañero de esclavitud’), y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios…”. Esta declaración es importante por dos razones básicas. 1) Nos enseña que los siervos de Dios gozan en esta tierra del privilegio de ser colaboradores de los ángeles y disfrutar de su compañerismo. 2) Nos advierte contra la tendencia siempre presente de la adoración de los ángeles. La Biblia es clara: “A tu Dios adorarás, y a Él sólo a servirás” (Mat. 4:10). En este tiempo plagado por todo tipo de creencias es necesario tener una clara comprensión de la verdad de Dios para nuestras vidas. Los ángeles son en el menor de los casos “compañeros de esclavitud” de los siervos de Dios en esta tierra, y en el mayor de los casos, “espíritus servidores enviados, enviados para ayudar a los que han de heredar la salvación” (Heb. 1:14, comp. con Sal. 34:7).
La palabra de Dios no nos autoriza a adorar a los ángeles ni ha establecer contacto con ellos. La adoración es algo que debe ser dado por todo mortal al único que es digno de recibir toda la gloria, el dominio y el poder por los siglos de los siglos (Apoc. 4:11; 5:12-13). La caída del ángel más exaltado que Dios había creado sucedió cuando este, cegado por la vanidad de su propia hermosura, deseó el reconocimiento y la adoración que sólo pertenece a (Isa. 14:12-14; Eze. 28:12-19). Por esta razón fue arrojado del cielo (Apoc. 12:7-9).

El Espíritu de Profecía
Aquí tenemos de nuevo la expresión “el testimonio de Jesús”. Y el mismo ángel declara que “es el espíritu de la profecía”. En nuestro estudio de Apoc. 12:17 descubrimos que esta expresión tiene más de un significado. Aparece cuatro veces en todo el Apocalipsis. En el cap. 1:2 hace referencia a “la revelación de Jesucristo” (vers. 1) y por implicación a todas las revelaciones que se les hace a los demás profetas (cf. cap. 22:9). En el segundo uso (cap. 1:10) se refiere a “la revelación como contenido, como verdades, como hechos profetizados”. Las otras dos menciones se encuentran en Apoc. 12:17 y aquí en el cap. 19:10, el texto que nos ocupa ahora. Ambos textos están tan íntimamente relacionados que “el uno definen al otro y los dos determinan el significado específico del testimonio de Jesús para el remanente”. Vimos además que al comparar el cap. 19:10 con el 22:9 descubrimos una idea más acabada del significado de la expresión “el testimonio de Jesús”.

“Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apoc. 19:9-10).
“Me postré para adorar a los pies del ángel… Pero él me dijo: No lo hagas. Porque yo soy siervo contigo, con tus hermanos los profetas, y con los que guardan las Palabras de este libro. ¡Adora a Dios!” (Apoc. 22:8-9).

Estamos en terreno sólido cuando sostenemos que “los que tienen el testimonio de Jesús pueden ser identificados con los profetas”.[13] Es cierto que muchos han entendido la frase el “testimonio de Jesús” como el testimonio que da el cristiano acerca de Cristo y también como el testimonio que da Jesús mismo a las personas. Pero esta idea es más una interpretación del texto y no toma en cuenta la explicación puntual que hace el ángel. Él es claro: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”. Y en la comparación que hicimos más arriba se ve que esta frase está relacionada a los profetas.
Resulta interesante saber que “los judíos del tiempo de Juan había entendido la expresión ‘espíritu de profecía’ como refiriéndose ya sea al Espíritu Santo en sentido general, o más bien al espíritu dado a los profetas”.[14] Se observa acertadamente que “el término ‘espíritu de profecía’ describe una situación claramente delineada, a saber, el Espíritu Santo, enviado de Dios, que imparte al hombre el don profético”.[15] Además se reconoce que la frase “espíritu de profecía” es de uso “corriente en el judaísmo posbíblico: se la usa, por ejemplo, en circunloquios targúmicos, para designar al Espíritu de Jehová que viene sobre tal y cual profeta”.[16]
El Espíritu Santo es enviado para dar testimonio de Jesús (Juan 15:26), y él lo hace por medio de los profetas (cf. Mat. 11:9), y su testimonio es equivalente al de Jesús en persona. El espíritu de profecía es uno de los dones del Espíritu (cf. 1 Cor. 12:10; Efe. 4:11). Y la profecía es clara, la manifestación del don de profecía sería una tangible realidad en medio del pueblo de Dios en los últimos días. “Los adventistas del séptimo día creen que el ministerio de Elena G. de White cumple en una forma incomparable” el contenido de Apoc. 12:17 y 19:10.[17]

Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores (vers. 11-16).

El Jinete del caballo blanco
Desde este versículo y hasta el cap. 20:10 tenemos una secuencia cronológica de acontecimientos. Esto queda establecido al comparar Apoc. 19:19 con Apoc. 20:10.

“Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército” (Apoc. 19:19).
“Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apoc. 20:10).
Se puede apreciar que los poderes hostiles que se oponen al Cordero en la personas de sus santos en medio de la crisis final, son lanzados al lago de fuego y azufre al finalizar la batalla del Armagedón. Tenemos aquí una progresión histórica en la profecía. En esta parte del Apocalipsis Cristo es descrito como viniendo montado en un caballo blanco y los ejércitos celestiales les seguían en caballos blancos. Obviamente esta es una representación simbólica de la llegada de Cristo en el Gran día del Dios todopoderoso. El caballo representa la guerra de Dios por sus santos (cf. Isa. 43:17; Jer. 8:6; Eze. 38:15; Zac. 10:3; Apoc. 6:2). En Apoc. 14:14-16 Juan nos presentó a Cristo como viniendo sentado sobre una nube con una hoz aguda para segar la tierra (cf. cap. 1:7). La Biblia es clara en cuanto a la forma que aparecerá Cristo en su segunda venida a esta tierra. Vendrá con gran gloria y poder (Mat. 24:30). Vendrá con gran voz de trompeta (Mat. 24:31; 1 Tes. 4:16). Será acompañado por todos sus santos ángeles (Mat. 16:27). Será visto en las nubes de los cielos, tal y como fue visto ascender al mismo (Mat. 24:30, cf. Hech. 1:9-11). Vendrá tan visible como un relámpago que se muestra desde el oriente hasta el occidente (Mat. 24:31). Su segunda venida es para juicio, se le pagará a cada uno conforme hayan sido sus obras (Mat. 16:27; Apoc. 22:12). Y estos son precisamente los elementos que tenemos aquí: nubes, ángeles, juicio, recompensa.
Cristo posee “muchas diademas”.
El significado de las diademas o “coronas reales” que posee Cristo se entienden mejor si se toma en cuenta que en el último gran conflicto estarán involucrados todos los “reyes de la tierra” apoyando a la Gran Babilonia en su lucha contra del pueblo de Dios (Apoc. 17:12-13; 16:13-16). Ellos son reyes terrenales, paganos, pero Cristo es el divino Rey celestial. El hecho de que Jesús aparece coronado con varias coronas nos puede parecer extraño, pero “en el tiempo de Juan – se nos dice – era completamente natural. No era extraño que un monarca llevara más de una corona para mostrar que era rey de más de un país. Por ejemplo: cuado Tolomeo entró en Antioquia llevaba dos coronas o diademas – una para mostrar que era el señor de Asia, y otra para mostrar que era señor de Egipto (1 Macabeos 11:13)”.[18] Las muchas coronas reales de Cristo enfatiza la gran verdad de que Él es “Rey de reyes y Señor de señores”.

“El Verbo de Dios”
Esta frase es bien conocida (Juan 1:1-3,14), aunque aquí su uso es más sencillo y con un sentido diferente. Se nos dice además que su ropa está empapada de sangre, pero de la suya propia, sino de sus enemigos. Como Verbo de Dios que se encarnó en el cumplimiento del tiempo (Juan 1:14; Gál. 4:4), Cristo derramó su sangre (su vida) por los pecados del mundo. En un momento estuvo sucia su ropa, su cuerpo, su ser entero, de su propia sangre, mientras redimía a la humanidad. Pero Apoc. 19:13 no señala el día de la redención en la cruz, ese día ya pasó; señala el día grande y terrible en que será manifestada la justa ira de Dios. Bajo la figura del sexto sello leímos: “Y el cielo se replegó como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apoc. 6:14-17).
El pasaje que analizamos contiene una imagen conocida. Leemos en el libro del profeta Isaías: “¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos rojos? ¿Este hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo con justicia, grande para salvar. ¿Por qué es rojo tu vestido, y tu ropa como la del que pisa el lagar? He pisado el lagar solo. De los pueblos nadie estuvo conmigo. Los pisé con mi ira, los hollé con mi furor. Y su sangre salpicó mi vestido y manchó mi ropa. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y ha llegado el año de mis redimidos. Miré, y no hubo quien ayudara. Y me maravillé que no hubiera quien sostuviera. Y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con mi ira hollé a los pueblos, los embriagué de mi furor, y derramé su sangre en tierra" (cap. 63:1-6, NRV 2000). En realidad, Apoc. 19:21 es el cumplimiento perfecto de la profecía de Isaías.
Aquí tenemos al Cordero una vez más en relación directa con los asuntos humanos, pero no para ser sacrificado otra vez, sino para ser el que sacrifica a sus enemigos. Ya no viene a morir por ellos, viene a pagar a cada uno según sean sus obras. ¡Llegó por fin el día de ajuste de cuentas! Ahora las cosas serán como deben ser. ¡Todo será puesto en su verdadero lugar! Donde siempre debieron permanecer. Pero nótese que aquí la causa de todo terror es “el Verbo (palabra) de Dios”. Como es posible que la Palabra de Dios sea capaz de tanto. ¡Así es! Para los escritores de la Biblia, la Palabra de Dios no era sólo un sonido, era algo dinámico que podía hacer cosas extraordinarias. “La Palabra hablada era en hebreo aterradoramente viva. No era simplemente un vocablo o un sonido que se deja caer descuidadamente de los labios. Era una unidad de energía cargada de poder. Está cargada de poder para bien o para mal”.[19] Cristo será el Verbo de Dios en acción para castigar a los enemigos de su pueblo (Apoc. 19:15), en la misma magnitud en que fue el Verbo de Dios “lleno de gracia y de verdad” cuando vino a esta tierra como Redentor y Salvador del mundo (Juan 1:1-3,14). “Cuando Juan llama aquí al Cristo guerrero la Palabra de Dios quiere decir que aquí está en acción todo el poder de la Palabra de Dios; todo lo que Dios ha dicho, y advertido, y prometido, está incorporado en Cristo”.[20]

Cristo es “Fiel y Verdadero”
Este título ya lo encontramos en el mensaje a la iglesia de Laodicea. En las Escrituras el nombre de una persona describe su carácter (cf. Hech. 3:16). En el Antiguo Testamento la palabra “nombre” (hebreo shem) se usa con el sentido de carácter (Jer. 14:7,21). Esta es la razón por lo que el nombre de una persona puede ser usado como sinónimo de la persona misma (Sal. 18:49). A Cristo se le llama "Fiel y Verdadero" (vers. 11) “porque ahora aparece, según su promesa (Juan 14:1-3), para liberar a los suyos. A ellos les ha parecido que ha demorado su venida (ver com. Apoc. 16:15), pero lo han ‘esperado’, y ahora aparece con el propósito de salvarlos (Isa. 25:9; cf. Apoc 16:17)”.[21]

La Espada aguda
Otro detalle interesante relacionado a Cristo en esta profecía es la “espada aguda” que sale de su boca. Esta figura también es familiar para nosotros. La encontramos por primera vez en el cap. 1:16 y luego en el cap. 2:12,16. En Apocalipsis 1 la “espada aguda de doble filo” representaba “la agudeza y a la fuerza del mensaje que se iba a impartir al profeta”, pero aquí en el cap. 19 tiene un sentido mucho más abarcante. La expresión “espada aguda” es sin duda una descripción simbólica sobre el poder de la Palabra de Cristo para juzgar en ocasión de su segunda venida. Es interesante saber que la palabra que Juan usa aquí para “espada” es romfáia, que es la espada grande y pesada que usaban los soldados para sus ataques en las guerras, en contraste con májaria, que era la espada pequeña y corta que se usaba para la defensa. Cristo no viene en actitud de defensa, viene para atacar a los poderes hostiles que persiguen y procuran destruir a su pueblo. “Espada de doble filo es una figura de dicción que “puede derivarse o del pensamiento de que la espada de un hombre devora -el filo es su boca- a sus enemigos (ver 2 Sam. 11:25; Isa. 1:20; Jer. 2:30), o por la forma de ciertas espadas antiguas cuyos mangos parecían la cabeza de un animal, de cuya boca salía la hoja del arma”.[22]
Este pasaje de Apocalipsis cumple cabalmente la profecía de Isa. 11:1-4, donde se profetiza que del “tronco de Isaí” saldría “una vara, y un vástago” que retoñaría de sus raíces. Este descendiente directo de la simiente de David (cf. Rom. 1:3) “no juzgará según la apariencia, ni decidirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y decidirá con equidad en favor de los mansos de la tierra. Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío”. El apóstol Pablo profetizó que el Anticristo, el sistema de maldad del tiempo del fin (que es el mismo poder representado por la primera bestia de Apoc. 13) sería destruido por Dios en “la manifestación de su venida” con “el espíritu de su boca” (2 Tes. 2:8). Fue la Palabra del Señor que llamó a la existencia la tierra y todo cuanto hay en ella (Sal. 33:6,9), y será la misma Palabra de su boca que concluirá en el fin del tiempo con esa existencia (Apoc. 19:20-21). ¡Solemne día!

Un Nombre escrito
Jesucristo tiene en su vestimenta un nombre escrito que nadie conoce sino sólo Él. Esto debemos ver ahora. La idea de un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo posee ya la hemos visto en nuestro estudio de Apoc. 2:17. Allí se habla del nombre que recibirán los redimidos cuando entren a la patria celestial. Vimos que esta figura asociada a los salvados representa “el carácter y la experiencia de los que sean redimidos”. “Será recibir las bendiciones prometidas por el Señor. Será entender que han pasado de una experiencia a otra. De una vida de confrontación a una vida de eterna paz. Su carácter perfecto será retenido por los siglos sin fin”.[23] Pero en relación con el papel que Cristo desempeña en esta profecía parece ser que esta figura tiene una connotación diferente. Naturalmente, el significado exacto de este pasaje debe quedar determinado por el contexto. Una buena interpretación parece ser esta: “El ‘nombre escrito que ninguno conoció sino él mismo’ (vers. 12) representa su función desconocida hasta este momento, pero ahora aparece desempeñándola como el vengador de su pueblo (cf. cap. 16:1). En el desempeño de esta ‘extraña obra’ (Isa 28:21) actúa en un papel nuevo tanto para los hombres como para los ángeles”.[24] Aparte de los textos tratados en esta cita, la expresión “ojos como llamas de fuego” (vers. 12), y “su ropa teñida de sangre” denota no sólo el escrutinio de Cristo, sino su juicio y la manifestación de su justa ira.

¡Tu ira oh Dios! El tiempo de tu ira habrá venido y nada puede detenerla. ¿Por qué? Porque te han desechado. Hay males de injusticia sobre el mundo. Hay impiedad. Tu propio ser tú nos revelas, y ¿qué han hecho? Sin respeto por ti, dejaron tu Palabra en el olvido. Y olvidaron que tienes voluntad y nos ordenas. Tu Ley quedó olvidada en el camino, guijarro de los tiempos desechados, huella de tu pie que han suprimido. Y el olvido de ti duele en el alma de cada adusto rostro solitario. ¿Y para qué? Dime: ¿Qué logran, Señor, con su egoísmo? ¿Será que viven más porque se mueren? ¿Será que mueren menos porque viven? Y todo lo que saben, Señor, ¿de dónde viene? ¿Vendrá de la ignorancia, Señor? Porque te ignoran. ¿Vendrá de la alabanza, porque se alaban? ¿Vendrá, Señor, de su camino? Porque solo transitan en él, y sin destino”.[25]

La escena descrita en los vers. 11-21 ha sido considerada como la culminación de “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso", conocida además bajo la designación la gran batalla del Armagedón (cf. cap. 16:12-19).

Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos (vers. 17-21).

La cena de Dios
La figura que Juan usa aquí para describir el castigo de los impíos está tomada del libro del profeta Ezequiel (cap. 39:17-19). El llamado del ángel que estaba de pie en el sol (posiblemente ante la presencia luminosa de Cristo, cf. Apoc. 1:16; 10:1; 2 Tes. 2:8), se dirige – según la figura usada por Juan – a las aves que vuelan en medio del cielo para que participen de la cena de Dios comiendo “las carnes de reyes y de capitanes, de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes”. “La presentación está hecha en la gráfica fraseología oriental de un desafío a un combate personal (cf. 1 Sam. 17:44-46). Ser devorado por las aves de rapiña era una de las maldiciones por la desobediencia, pronunciada por Moisés en su discurso de despedida al pueblo de Israel (Deut. 28:26). La fraseología de Juan en Apoc. 19:17-18 parece basarse en las palabras de Dios a las naciones paganas, como se registran en Eze. 39:17-22 (cf. Jer. 7:32-33)”.[26]
Es una escena pavorosa, sombría. O se participa de la cena de la boda del Cordero que implica aceptar su señorío sobre nuestras vidas, con toda su secuela de bendiciones, o se participa de la cena de Dios, su juicio de destrucción. No hay tiempo para términos medios, para las apariencias de piedad, para el engaño. Ya no hay tiempo para ponerse un vestido de oveja y aparentar serlo, mientras se es un lobo rapaz. Los seres humanos que se niegan a aceptar “voluntariamente la bondadosa invitación de Dios de estar presentes en la primera, tendrán que responder obligadamente a su llamada imperativa para la segunda”. Allí estarán igualmente las naciones confederadas de toda la orbe (representadas por “los reyes”) que habrán actuado unidas contra el pueblo de Dios y bajo la dirección de Satanás. Están también los jefes que fueron cabezas de las fuerzas militares (representados por “los capitanes”). Están además las fuerzas armadas organizadas, equipadas y adiestradas (representadas por “los fuertes”). Están además todas las otras personas que componen los extractos sociales de nuestro mundo (representados por “los libres y los esclavos”). “Las cenas representan dos destinos opuestos: el gozo más elevado del compañerismo con Cristo en el cielo y la angustia indecible de la separación total de Dios en la tierra”.[27]

El fin de los poderes hostiles
Juan ve entonces que “la bestia fue apresada y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos”. Se observa acertadamente que “la fase de la batalla después de la aparición de Cristo es corta y dramática, porque desde su comienzo la ‘bestia’ y el ‘falso profeta’ son capturado [cf. Apoc. 16:17,19]”.[28]
Hay un detalle en esta parte de la profecía que merece nuestra atención ahora. Se observará que el fin último de la bestia y el falso profeta (los sistemas corruptos del fin que ya identificamos en nuestro análisis de los caps. 13 y 16:13-16) es el “lago de fuego y azufre”, mejor “el lago que es fuego”. Es natural que pensemos que este lago es el mismo que se menciona en Apoc. 20:10, pero no es correcto llegar a esta conclusión. ¿Por qué? Porque el lago de Apoc. 19:20 está relacionado con los acontecimientos que toman lugar en ocasión de la segunda venida de Cristo a esta tierra y el de Apoc. 20:10 tiene que ver con los hechos que ocurren al final del milenio. ¿Cómo explicar este detalle? ¿Significa esto que existe actualmente un lugar que pueda llamarse “lago de fuego y azufre”, el llamado infierno? ¡NO! Se ha observado que “existen dos lagos de fuego” uno al comienzo del milenio y otro al final. Esto parece razonable pues en varios pasajes se nos dice que en ocasión de la segunda venida de Cristo el fuego devorador es un elemento activo:

“Vendrá nuestro Dios, y no callará. Fuego consumirá delante de él, y una poderosa tempestad lo rodeará. Convocará a los altos cielos, y a la tierra, para juzgar a su pueblo” (Sal. 50:3-4).

“Alcanzará tu mano a todos tus enemigos, tu diestra alcanzará a los que te aborrecen. Los pondrás como en horno de fuego en el día de tu ira. El Señor Jehovah los deshará en su furor, y el fuego los consumirá” (Sal. 21:9-10).

“…cuando el Señor Jesús aparezca desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llama de fuego, para dar la retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Estos serán castigados de eterna destrucción por la presencia del Señor y por la gloria de su poder” (2 Tes. 2:7-9, cf. Isa. 2:10,19,21).

“Mirad, el Nombre de Jehovah viene de lejos, su rostro encendido con llamas devoradoras, sus labios llenos de ira, su lengua como fuego consumidor… Y Jehovah hará oír su majestuosa voz, mostrará el descenso de su brazo, con ira encendida y llama de fuego consumidor; con torbellino, tempestad y granizo” (Isa. 30:27,30).

El profeta Joel describe la llegada del día de Dios como un “día de tinieblas y oscuridad” en el que habrá “delante de él fuego consumidor, tras de él llama abrasadora. Como el huerto del Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como el desierto asolado. No hay quien escape” (Joel 2:1-3). Una cosa es clara: cuando Jesús regrese con “poder y gran gloria” (Mat. 24:30) los justos serán transformados por esa gloria poderosa (1 Cor. 15:51-54; 1 Tes. 4:13-17; 1 Juan 3:2). Pero esa misma gloria de santidad destruye a los impíos (Deut. 4:24; Isa. 29:6; Heb. 12:29). El hombre en su estado de rebelión y enemistad natural contra Dios no puede morar junto a su santa presencia: “¿Quién de nosotros habitará con el fuego consumidor? ¿Quién habitará con las llamas eternas?” (Isa. 30:14, cf. Sal. 15). La santidad inherente de Dios no puede tolerar el pecado en ninguna de sus formas. Entonces, podemos concluir que el fuego que acompaña a Jesús en su gloriosa aparición es el que origina el lago de fuego que se menciona en Apoc. 19:20. Pero se extingue una vez queda concluida su obra de exterminio. El profeta Malaquías hace la siguiente declaración: “Viene el día ardiente como un horno. Y todos los soberbios, todos los malhechores serán estopa. Y ese día que está por llegar los abrasará, y no quedará de ellos ni raíz ni rama - dice Jehovah de los ejércitos. Pero para vosotros que respetáis mi Nombre, nacerá el Sol de Justicia, y en sus alas traerá sanidad... Hollaréis a los malos, que serán ceniza bajo la planta de vuestros pies, en el día que yo haga esto - dice Jehovah de los ejércitos” (Mal. 4:1-3). Este lago de fuego volverá a encenderse una vez más al finalizar el milenio cuando de Dios “descienda fuego del cielo” (Apoc. 20:9). Tenemos, pues, en ocasión de la segunda venida de Jesús dos acontecimientos paralelos: 1) salvación de los justos, y 2) destrucción de los impíos.
Hay quienes han interpretado el lago de fuego y azufre de Apoc. 19:20 como simbólico y el de Apoc. 20:10 como literal. La idea que expusimos más arriba entiende a ambos lagos como literales pero distintos. Los proponentes de este enfoque sugieren que tanto el lago de fuego y azufre de Apoc. 19:20 como el de Apoc. 14:10-1, constituyen un “símbolo vívido para describir lo muy terrible que será el castigo que recibirán los enemigos de Dios cuando sus seguidores desengañados se vuelvan contra ellos para destruirlos”.[29] Debe tomarse en cuenta que Apoc. 14:10-11 sólo dice que los que reciben la marca de la bestia “será atormentado con fuego y azufre”, pero no señala el tiempo cuando será. Con todo, la primera propuesta parece tomar más en cuenta el contexto inmediato y mediato del texto.
Se nos pregunta que si este lago de fuego y azufre llega a existir literalmente, por qué Satanás no es arrojado en él de una vez, pues allí sólo son arrojados la bestia y el falso profeta. Respondemos que el lago de fuego de Apoc. 19:20 no tiene como propósito la destrucción de Satanás y sus ángeles rebeldes, estos deben continuar existiendo para ciertos propósitos específicos que veremos en nuestro próximo capítulo. La destrucción de ellos será al final del milenio. En ocasión de la segunda venida de Cristo sólo son desarticulados y destruidos los sistemas humanos corruptos y hostiles, pero no las inteligencias espirituales malévolas que operan tras ellos. Como se le permitió a Satanás sobrevivir a la destrucción del mundo antiguo por el diluvio universal, así se le permitirá sobrevivir en ocasión de la destrucción de los hombres impíos por el fuego. Pero su fin seguro es el lago de fuego y azufre (cf. Mat. 25:41; Apoc. 20:10). Por lo que leemos en Apoc. 20 se hace claro que Satanás es astutamente sabio, y para evitar ser destruido por el fuego del día del juicio se eleva a las alturas, se suspende en el aire. Pero la Biblia es clara: “El diablo que los engañaba fue lanzado al lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta” (Apoc. 20:10, la cursiva es nuestra).

Notas y Referencias:
[1] Hans K. LaRondelle, Las Profecías del Fin, p. 445.
[2] Vicuña Arrieta, Interpretación Histórica del Apocalipsis, p. 129.
[3] Elena G. de White, Testimonio para los Ministros, p. 432.
[4] Carl Coffman, Lecciones de la Escuela Sabática, parte II, Triunfo Presente, Gloria Futura, p. 133, julio, agosto, septiembre, 1989).
[5] William Barclay, El Apocalipsis, pp. 191-192, la cursiva está en el original.
[6] ---------, Ibíd., p. 193.
[7] ---------, Ibid., pp. 193-194.
[8] White, Palabras de Vida del Gran Maestro, p. 47.
[9] Comentario Bíblico Adventista, tomo VII, p. 885.
[10] Graig S. Keener, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia, Nuevo Testamento, p. 804.
[11] Coffman, Ibíd., p. 136, la negrita está en el original. La idea entre comillas con la que finaliza esta cita pertenece a Urías Smith, Las Profecías de Daniel y el Apocalipsis, tomo II, p. 354.
[12] ---------, Ibíd.., p. 135, la negrita está en el original.
[13] Ver Mario Veloso, El Apocalipsis y el Fin del Mundo, pp. 40-43.
[14] Clifford Goldstein, El Remanente, ¿Realidad Bíblica o Ilusión sin Base?, p. 77.
[15] J. P. Schafer, Citado en Simposium on Revelation, tomo VI, p. 317.
[16] F. F. Bruce, Ibíd., p. 318.
[17] Ver nota # 44 del cap. 12.
[18] Barclay, Ibíd., p. 202, la cursiva está en el original.
[19] John Paterson, The Book tha Alive, citado en Barclay, Ibíd, p. 204, la cursiva está en el original.
[20] Barclay, Ibíd., p. 205.
[21] Comentario Bíblico Adventista, tomo VII, p. 886.
[22] Ibíd., p. 757.
[23] Ver nuestro análisis de Apoc. 2:17.
[24] Comentario Bíblico Adventista, tomo VII, p. 886.
[25] Veloso, Ibíd., p. 149.
[26] Comentario Bíblico Adventista, tomo VII, p. 888.
[27] LaRondelle, Ibíd., p. 448.
[28] Ibíd.
[29] Laron Wade, El Futuro del Mundo Revelado en el Apocalipsis, p. 227.

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