CRISTO EL ORADOR POR EXCELENCIA

CRISTO EL ORADOR POR EXCELENCIA
Capítulo 11 LA NATURALEZA DE SU VOZ
Extracto del libro La Voz Su Educación y Su Uso Correcto Por. Ellen White

Su pronunciación era nítida.
Jesús es nuestro ejemplo. Su voz era musical, y nunca se elevaba en tonos forzados y altos, cuando hablaba con la gente. Nunca hablaba tan rápido como para que sus palabras se amontonaran unas sobre otras, de manera que fuera difícil entenderlo. Pronunciaba cada palabra claramente, y los que escuchaban su voz daban testimonio de que "jamás hombre alguno habló como este hombre" (RH 5-3-1895).
Una voz calmada, intensa, musical.
Mediante palabras amables y obras de misericordia, Cristo encaraba las antiguas tradiciones y los mandamientos de hombres, y presentaba el amor del Padre en su inagotable 82 abundancia. Su voz calmada, intensa y musical, caía como un bálsamo en los espíritus heridos (RH 5-3-1901).
Había amor en el tono de su voz.
Su tierna compasión caía con un toque sanador, sobre los corazones cansados y atribulados. Aun en medio de la turbulencia de enemigos airados, estaba rodeado por una atmósfera de paz. La hermosura de su rostro, la amabilidad de su carácter, sobre todo, el amor expresado en su mirada y su tono, atraían a él a todos aquellos, que no estaban endurecidos por la incredulidad. De no haber sido por el espíritu suave y lleno de simpatía, que se manifestaba en todas sus miradas y palabras, no habría atraído las grandes congregaciones que atraía (DTG 219, 220).
Su voz era como música al oído.
La voz del Salvador, era como música a los oídos de aquellos que habían estado acostumbrados a la predica monótona y sin vida de los escribas y fariseos. Hablaba lenta e impresionantemente, recalcando las palabras que deseaba que sus oyentes escucharan con atención especial. Todos podían comprender el pleno significado de sus palabras. Esto habría sido imposible si él hubiese hablado en forma apresurada, acumulando frase sobre frase, sin pausa alguna. La gente lo escuchaba con mucha atención, y se dijo de él, que hablaba, no como los escribas y fariseos; porque su palabra era como de quien tiene autoridad (CM 227). 83
No forzaba el tono de sus palabras.
Si él hubiera levantado su voz en un tono forzado... el carácter conmovedor y la melodía de la voz humana se hubieran perdido, y mucha de la fuerza de la verdad, se hubiera destruido (Ev 46).
Su voz tenía una dulce melodía.
En los días de mi juventud, acostumbraba hablar en tono demasiado alto. El Señor me mostró que yo no podía realizar una impresión debida sobre la gente, elevando la voz a un tono antinatural. Luego me fue presentado Cristo y su manera de hablar; y en su voz había una dulce melodía. Su voz, expresada con lentitud y calma, llegaba a sus oyentes, y sus palabras penetraban en sus corazones, y ellos eran capaces de aprender lo que él había dicho, antes de que pronunciara la frase siguiente. Al parecer algunos piensan que deben correr todo el tiempo, porque si no lo hacen perderán la inspiración y la gente también perderá la inspiración. Si eso es inspiración, que la pierdan, y cuanto antes mejor (Ev 486).
Era un Maestro en el arte de hablar.
Si la voz tiene un tono correcto, solemnidad, y está modulada hasta llegar a ser conmovedora, producirá mejor impresión. Este era el tono en el que Cristo enseñaba a sus discípulos. Él los impresionaba con solemnidad; les hablaba en forma conmovedora (2T 615).
Cuando reprendía, había lágrimas en su voz.
Denunció intrépidamente la hipocresía, la incredulidad 84 y la iniquidad, pero había lágrimas en su voz al pronunciar severas reprensiones (DTG 319).
Su voz resonaba como trompeta de Dios.
Cristo apareció en medio del ocupado mundo, lleno del ruido del comercio y las discusiones de los negocios, donde los hombres trataban egoístamente de obtener todo lo que podían para sí mismos; y por encima de la confusión, se oyó su voz que resonaba como la trompeta de Dios: "Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Ev 407).
Su voz se escuchaba clara y penetrante.
Sus ojos recorrían toda la multitud, posándose en cada uno de los presentes. Su persona parecía elevarse sobre todos con imponente dignidad, y una luz divina iluminaba su rostro. Habló, y su voz clara y penetrante, la misma que sobre el monte Sinaí había proclamado la ley que los sacerdotes y príncipes estaban transgrediendo, se oyó repercutir por las bóvedas del templo: "Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre, casa de mercado" (DTG 131).
Su voz era única en su clase.
Contemplaron ellos las manos y los pies heridos por los crueles clavos. Reconocieron su voz, que era como ninguna otra que hubiesen oído. "Y no creyéndolo aún ellos de gozo, y maravillados, díjoles: ¿Tenéis aquí algo de comer?" (DTG 744). 85
Capítulo 12 LA EFECTIVIDAD DE SU PRESENTACIÓN
Sus palabras tenían un sabor de vida para vida.
Doquiera él estuviera: en la sinagoga, junto al camino, en un bote algo alejado de tierra, en el banquete del fariseo, o en la mesa del publicano, hablaba a las gentes de las cosas concernientes a la vida superior. Relacionaba la naturaleza y los acontecimientos de la vida diaria, con las palabras de verdad. Los corazones de sus oyentes eran atraídos hacia él; porque él había sanado a sus enfermos, había consolado a los afligidos, y tomando a sus niños en sus brazos, los había bendecido. Cuando él abría los labios para hablar, la atención se concentraba en él, y cada palabra era para algún alma, sabor de vida para vida (PVGM 273 ed. PP; 237 ed. ACES). 86

Su manera de hablar cuando era niño.
Tan pronto como pudo hablar, Cristo usó el talento de la palabra en el círculo familiar y entre amigos y conocidos, en una forma que no tuvo ningún error. Ni una palabra impura se escapó de sus labios (MB 300).
Era una atracción para los eruditos.
Después que José y María lo hubieron buscado a Jesús por tres días, lo encontraron en el atrio del templo, sentado en medio de los doctores, que lo escuchaban, y a quienes él dirigía preguntas. Y todos los que oían se maravillaban de su gran inteligencia, y de sus respuestas. Formulaba sus preguntas con una gracia que encantaba a esos eruditos... Su madre no podía menos que notar sus palabras, su espíritu, su obediencia voluntaria a sus requerimientos (HHD 136).
Su auditorio quedaba hechizado.
Ignorantes campesinos y pescadores de la comarca circundante; soldados romanos de los cuarteles de Herodes; capitanes con la espada al costado, listos para apagar cuanto supiese a rebelión; avarientos cobradores de impuestos venidos desde sus casillas de peaje; y sacerdotes del Sanedrín adornados con filacterias, todos escuchaban como hechizados; y todos, aun el fariseo y el saduceo, el frío y empedernido burlador, se iban, acallado el escarnio, y el corazón compenetrado del sentimiento de sus pecados. Herodes en su palacio oyó el mensaje, y el orgulloso y empedernido gobernador tembló ante el llamado al arrepentimiento (OE 56). 87
Su voz tenía autoridad.
[Jesús] decía a quien quería: "Sígueme" y el que oía la invitación, se levantaba y le seguía. Roto quedaba el hechizo del mundo. A su voz, el espíritu de avaricia y ambición huía del corazón, y los hombres se levantaban libertados para seguir al Salvador (MC 15).
Ejemplificaba en su vida lo que decía.
Practicaba lo que enseñaba. "Os he dado ejemplo -dijo a sus otros discípulos- para que vosotros también hagáis como yo he hecho". "He guardado los mandamientos de mi Padre". Así, las palabras de Cristo tuvieron en su vida una ilustración y un apoyo perfectos. Y más aún, él era lo que enseñaba. Sus palabras no solo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter (Ed 78, 79).
Su espíritu era una revelación de sus enseñanzas.
Las enseñanzas de Cristo, no fueron Grabadas en sus oyentes por ademanes exteriores, sino por las palabras y los actos de su vida diaria, por el espíritu que revelaba (CM 385).
Su enseñanza era poderosa y atractiva.
Hay en la vida tranquila y consecuente de un cristiano puro y verdadero, una elocuencia mucho más poderosa que la de las palabras. Lo que un hombre es, tiene más influencia. que lo que dice.
Los emisarios enviados a Jesús volvieron diciendo, que nadie había hablado antes como él. Pero esto se 88 debía, a que jamás hombre alguno había vivido como él. De haber sido su vida diferente de lo que fue, no hubiera hablado como habló. Sus palabras llevaban consigo un poder que convencía, porque procedían de un corazón puro y santo, lleno de amor y simpatía, dé benevolencia y de verdad (MC 372).
Sus palabras eran llenas de gracia.
Los fariseos estaban llenos de un odio frenético contra Cristo, porque se daban cuenta de que sus enseñanzas tenían, un poder y un atractivo, que sus palabras no contenían. Ellos decidieron, que la única manera de acabar con su influencia era sentenciarlo a muerte, y, por lo tanto, enviaron oficiales a prenderlo. Pero cuando los oficiales escucharon su voz y sus palabras llenas de gracia quedaron arrobados, y se olvidaron de su misión (Ms 33, 1911).
Su aspecto y sus palabras hacían impresión.
El aspecto y las palabras de Jesús durante su proceso, impresionaron el ánimo de muchos de los que estaban presentes, en aquella ocasión (PE 174).
Había un poder viviente en sus palabras.
Su rostro [el de Cristo], irradiaba un resplandor celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios (DMJ 87). 89
Capítulo 13 SU AMOR, SIMPATÍA Y BONDAD
Siempre mostraba tacto, nunca severidad.
El Salvador no suprimió nunca la verdad, sino que la declaró siempre con amor. En su trato con los demás, él manifestaba el mayor tacto, y era siempre bondadoso y reflexivo. Nunca fue rudo, nunca dijo sin necesidad una palabra severa, nunca causo pena innecesaria a un alma sensible. No censuró la debilidad humana. Denunció sin reparos la hipocresía, incredulidad e iniquidad, pero había lágrimas en su voz, cuando pronunciaba sus penetrantes reprensiones. Nunca hizo cruel la verdad, sino que manifestó siempre profunda ternura hacia la humanidad (OE 123).
Sus palabras eran como un bálsamo.
Multitudes 90 que no se interesaban en las arengas de los rabinos, eran atraídas por su enseñanza. Podían comprender sus palabras, y sus corazones eran consolados y alentados. Hablaba de Dios, no como de un Juez vengador, sino como de un Padre tierno, y revelaba la imagen de Dios reflejada en sí mismo. Sus palabras eran como bálsamo para el espíritu herido. Tanto por sus palabras, como por sus obras de misericordia, estaba quebrantando el poder opresivo de las antiguas tradiciones y de los mandamientos de origen humano, y presentaba el amor de Dios en su plenitud inagotable (DTG 174, 175).
Mostraba simpatía al hablar y al escuchar.
La vida de Cristo, estuvo henchida de palabras y obras de benevolencia, simpatía y amor. Siempre estaba dispuesto a escuchar las quejas, y aliviar los sufrimientos de quienes se llegaban a él. Con la salud recobrada, multitudes de personas llevaban en su propio cuerpo, la prueba del poder divino de Jesús. Sin embargo, después de realizado el prodigio, muchos se avergonzaban del humilde, y no obstante poderoso Maestro. Él pueblo no estaba dispuesto a aceptar a Jesús, porque los gobernantes no creían en él. Era Jesús varón de dolores, experimentado en quebrantos. Los caudillos judíos, no podían dejar que los rigiese la vida austera y abnegada de Jesús. Deseaban disfrutar de los honores que el mundo otorga. A pesar de todo, muchos seguían al Hijo de Dios, y escuchaban sus enseñanzas, alimentándose con las palabras, que tan 91 misericordiosamente fluían de sus labios. Tenían profundo significado, y, sin embargo tan sencillas, que los más débiles podían entenderlas. (PE 159,160).
Sus palabras eran la verdad.
Las palabras del Maestro eran claras y distintas, y era pronunciadas con simpatía y ternura. Llevaban consigo la seguridad de que eran la verdad. Era la sencillez y el fervor con que Cristo trabajaba y hablaba, lo que atraía a tantas personas a él (Ev 44).
Había consuelo y ternura en sus palabras.
Aun en su infancia, dirigió palabras de consuelo y ternura a jóvenes y ancianos... Fue un ejemplo de lo que los niños debieran tratar de ser... En sus palabras y sus actos, manifestó tierna simpatía por todos. Su compañerismo era un bálsamo curativo y suavizante, para el descorazonado y deprimido (HHD 153). 92
Capítulo 14 SU PACIENTE CALMA
No hablaba con precipitación, ni ira.
Por medio de la ayuda que Cristo puede dar, seremos capaces de refrenar la lengua. Aunque él fue probado [terriblemente] para que hablara precipitadamente y con ira, ni una sola vez pecó con sus labios. Con paciente calma hizo frente a las burlas, los sarcasmos y al ridículo de sus compañeros, en el banco de carpintero. En vez de replicar con ira, comenzaba a cantar uno de los bellos salmos de David, y sus compañeros se unían con él en el himno, antes de que se dieran cuenta de lo que estaban haciendo. ¡Qué transformación se produciría en este mundo si los hombres y las mujeres de hoy día, siguieran el ejemplo de Cristo en el uso de las palabras! (7 CBA 948). 93
Siempre tenía una disposición amable.
El amor hará lo que no logrará la discusión. Pero un momento de petulancia, una sola respuesta abrupta, una falta de cortesía cristiana, en algún asunto sin importancia, puede dar por resultado la pérdida, tanto de amigos, como de influencia.
El obrero cristiano debe esforzarse por ser lo que Cristo era, cuando vivía en esta tierra. Él es nuestro ejemplo, no sólo en su pureza sin mancha, sino también en su paciencia, amabilidad y disposición servicial. Su vida es una ilustración de la cortesía verdadera. Él tenía siempre una mirada bondadosa, y una palabra de consuelo para los menesterosos y los oprimidos. Su presencia hacía más pura la atmósfera del hogar. Su vida era como levadura que obraba, entre los elementos de la sociedad (OE 127). 94


Capítulo 15 SU SENCILLEZ
Su lenguaje era el más sencillo.
Cristo siempre usaba el lenguaje más sencillo; no obstante, sus palabras eran recibidas por pensadores profundos, y sin prejuicio; porque eran palabras que probaban la sabiduría de los oyentes. Las verdades espirituales, siempre deben presentarse en un idioma sencillo, aunque se dirijan a personas cultas; porque los tales son, por lo general, ignorantes de las cosas espirituales. El lenguaje más sencillo es el más elocuente. Es necesario dirigirse, tanto a los educados, como a los no educados, en la forma más sencilla y llana, para que la verdad pueda ser comprendida y encuentre recepción en el corazón. Por eso, Cristo se dirigía a las vastas multitudes que se apiñaban a su alrededor; y 95 todos, tanto cultos, como incultos, podían comprender sus lecciones (RH 18-5-1897)
Era sencillo tanto con las personas cultas, como con el común del pueblo.
El más grande Maestro que el mundo ha conocido, era admirado por su sencillez, porque él presentaba la verdad divina de tal manera, que hasta los niños podían comprender sus palabras, y al mismo tiempo, él llamaba la atención de los más educados y profundos pensadores del mundo. Mediante el uso de ilustraciones familiares, él presentaba la verdad, tal cual es, ante las mentes de la gente común. El sembraba la semilla de la verdad del evangelio, en las mentes de sus oyentes con sencillez, y ella brotaba y producía una cosecha para vida eterna (YI 4-5-1893).
Sus ilustraciones eran apropiadas.
[Cristo] les hablaba [a sus oyentes] en lenguaje tan sencillo, que no podían dejar de entenderlo. Valiéndose de métodos peculiares, lograba aliviar a los tristes y afligidos. Con gracia tierna y cortés, atendía a las almas enfermas de pecado, y les ofrecía salud y fuerza.
El Príncipe de los maestros, procuraba llegar al pueblo por medio de las cosas que le resultaban más familiares. Presentaba la verdad, de un modo que la dejaba entretejida con los más santos recuerdos y simpatías de sus oyentes. Enseñaba de tal manera, que les hacía sentir cuán completamente se identificaba con los intereses, y la felicidad de ellos. Tan directa era su enseñanza, tan adecuadas sus ilustraciones, 96 y sus palabras tan impregnadas de simpatía y alegría, que sus oyentes se quedaban embelesados. La sencillez y el fervor con que se dirigía a los necesitados, santificaban cada una de sus palabras (MC 14, 15).
Presentaba las verdades espirituales en forma sencilla.
Cristo nunca adulaba a los hombres. Nunca dijo algo que pudiese exaltar su fantasía e imaginación, ni los alababa por sus hábiles invenciones; pero los pensadores profundos y sin prejuicios, recibían su enseñanza, y hallaban que probaba su sabiduría. Se maravillaban por la verdad espiritual expresada, en el lenguaje más sencillo (DTG 219).
Hasta los niños comprendían la verdad.
[Cristo] presentaba las palabras de vida con tanta sencillez, que un niño podía comprenderlas. Impresionaba de tal manera a hombres, mujeres y niños, con la forma de explicar las Escrituras, que la gente captaba hasta la entonación de su voz, colocaba el mismo énfasis en sus palabras, e imitaba sus gestos (CSS 499).
Usaba términos sencillos y símbolos claros.
El Salvador vino, "para dar buenas nuevas a los pobres" (Luc. 4: 18). En su enseñanza, hacía uso de los términos más sencillos y de los símbolos más claros. Y "los que eran del común del pueblo le oían de buena gana" (Mar. 12: 37). Los que hoy procuran hacer su obra, para este tiempo necesitan una comprensión más profunda de las lecciones que él dio (MC 349). 97
Sus palabras eran como bálsamo.
La gente escuchaba las palabras misericordiosas, que brotaban tan libremente de los labios del Hijo de Dios. Oían las palabras de gracia, tan sencillas y claras, que les parecían bálsamo de Galaad para sus almas (DTG 332).
Su lenguaje era fuerte pero sencillo.
Cristo se allegaba a la gente, dondequiera que ésta se hallara. Presentaba la clara verdad a sus mentes, de la manera más fuerte, y con el lenguaje más sencillo. Los humildes pobres, los más ignorantes, podían comprender, por fe en él, las verdades más sublimes. Nadie necesitaba consultar a los sabios doctores, acerca de lo que quería decir. No dejaba perplejos a los ignorantes con injerencias misteriosas, ni empleaba palabras inusitadas y sabias, que ellos no conociesen. El mayor Maestro que el mundo haya conocido, fue el más explícito, claro y práctico en su instrucción (OE 51).
Enseñaba grandes verdades morales con frescura y poder.
Jesús, el gran Maestro, reveló con el lenguaje más sencillo, las grandes verdades morales, revistiéndolas con frescura y poder (RH 21-3-1893).
Presentaba verdades sencillas y evidentes.
Él [Jesús] se esforzó constantemente hacia un objetivo; todos sus poderes fueron empleados para la salvación del hombre, y cada acto de su vida contribuyó hacia ese fin. Él viajaba a pie, enseñando a sus seguidores mientras andaban. Sus vestidos estaban empolvados y 98 sucios del camino, y su apariencia no era atractiva. Pero las sencillas y evidentes verdades que brotaban de sus divinos labios, hacían que sus oyentes se olvidaran pronto de su apariencia, y se quedaran encantados, no con el Hombre, sino con la doctrina que enseñaba (4T 373).
No decía nada que no fuera esencial.
Las palabras de Cristo no contienen nada, que no sea esencial. El Sermón del Monte es una producción maravillosa; sin embargo, es tan sencillo que hasta un niño puede estudiarlo, sin dejar de comprenderlo. El monte de las bienaventuranzas, es un símbolo de la elevación espiritual, en la cual siempre se hallaba Cristo. Cada palabra que pronunciaba provenía de Dios, y hablaba con la autoridad del cielo. "Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida" (Juan 6: 63) (CM 425).
Sus palabras no eran un derroche de elocuencia.
Pero en estas palabras, habladas por el Maestro más grande que ha conocido el mundo, no hay un desfile de elocuencia humana. Su lenguaje es llano, y sus pensamientos y sentimientos se caracterizan por la mayor sencillez. El pobre, el inculto, el de mente más sencilla, puede entenderlas. El Señor del cielo, se dirigía con misericordia y bondad, a las almas a quienes vino a salvar. Al hablarles las palabras de vida eterna, les enseñaba como quien tiene autoridad (5T 254). 99
Capítulo 16 SU PODER, AUTORIDAD Y SERIEDAD
Cristo tenía una autoridad positiva.
Las verdades prácticas que él pronunciaba, tenían un poder convincente, y cautivaban la atención del pueblo. Las multitudes persistían en rodearlo, maravillándose de su sabiduría. Sus gestos correspondían, con las grandes verdades que proclamaba. No se excusaba, ni vacilaba, ni había una sombra de duda o incertidumbre, en sus declaraciones. Él hablaba de lo terrenal y de lo celestial, de lo humano y de lo divino, con autoridad positiva; y la gente "quedó admirada de su doctrina, porque les enseñaba con autoridad" (RH 6-7-1911).
Esa autoridad era exclusivamente suya.
Cristo 100 enseñaba con autoridad. El Sermón del Monte es una maravillosa producción, pero al mismo tiempo tan sencillo que cualquier niño puede estudiarlo y comprenderlo. El monte de las bienaventuranzas, es un símbolo de la elevación espiritual donde siempre estaba Cristo. Él habló con una autoridad, que era exclusivamente suya (FE 407).
Su autoridad real en el templo.
Cristo hablaba con la autoridad de un rey, y en su aspecto y en el tono de su voz, había algo a lo cual no podían resistir. Al oír la orden, se dieron cuenta, como nunca antes, de su verdadera situación de hipócritas y ladrones (DTG 134).
Sus palabras penetraban con fuerza irresistible.
Pronunció con claridad y poder, las palabras que debían llegar hasta nuestro tiempo, como un tesoro de bondad. Cuán preciosas fueron esas palabras, y cuán animadoras. De sus labios divinos emanaron, con plena y abundante seguridad, las bendiciones que lo señalaban como la fuente de toda bondad, y que tenía la prerrogativa de bendecir a todos los presentes, e influir en sus mentes...
Hubo ocasiones, cuando Cristo habló con una autoridad, que hacía que sus palabras penetraran con fuerza irresistible, con un sentimiento abrumador de la grandeza del que hablaba, y los instrumentos humanos, se redujeron a la nada, en comparación con Aquel que estaba ante ellos. Fueron profundamente 101 conmovidos; quedaron convencidos de que estaba repitiendo la orden proveniente de la gloria más excelsa. Mientras él invitaba al mundo para que escuchara, quedaron maravillados y extasiados, y la convicción llegó a sus mentes. Cada palabra se abrió lugar, y los oyentes creyeron y recibieron palabras, que no pudieron resistir. Cada palabra que Cristo pronunció, les pareció a los oyentes, como la vida de Dios (5CBA 1060).
Su poder era como poderosa tempestad.
Cristo habló con un poder, que influyó en el pueblo como una poderosa tempestad: "Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada, mas vosotros cueva de ladrones la habéis hecho". Su voz repercutió por el templo como trompeta. Él desagrado de su rostro parecía fuego consumidor. Ordenó con autoridad: "Quitad de aquí esto" (Juan 2: 16) (DTG 542).
Era ejemplo para los padres y modelo para los hijos.
Jesús era el modelo para los niños, y es también el ejemplo de los padres. Él hablaba, como quien tenía autoridad y su palabra tenía poder; sin embargo, en todo su trato con hombres rudos y violentos, no empleó una sola expresión desprovista de bondad o cortesía (DTG 474).
Sus invitaciones eran llenas de compasión.
En sus requerimientos había una señalada autoridad y también promesas, y sus invitaciones estaban llenas 102 de compasión y súplica. Con cuánta ternura les decía a los cansados: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar"... Con cuánto poder y compasión, exclamaba Jesús: "¡Si alguno tiene sed, venga a mí y beba!"(RH 21-2-1893).
Sus palabras no expresaban dudas ni incertidumbres.
Él hablaba, como uno que tiene autoridad, no como los escribas, con dudas e incertidumbres. Con calma y poder proclamaba los principios vivientes de la verdad, haciéndolos más convincentes, por su forma de presentarlos (RH 20-8-1903).
En sus palabras no había sombras de dudas.
Cristo vino a revelar la verdad divina al mundo. Él enseñaba como quien tenía autoridad. Él hablaba como nadie había hablado jamás. En sus modales no había, vacilaciones, ni en sus expresiones, sombra de duda. Él hablaba con un completo dominio del tema que presentaba (FE 236, 237).
Su conocimiento personal.
Cristo hablaba con autoridad. Proclamaba cada verdad esencial, con la seguridad resuelta de un conocimiento firme, para que el pueblo la conociera. No hablaba cosas extravagantes ni sentimentales. Nunca pronunciaba palabras escogidas, o que apelaran a los sentimientos. Tampoco presentaba sofismas, ni opiniones humanas. De sus labios no salían cuentos inútiles, ni teorías falsas, revestidas de un hermoso lenguaje. Las declaraciones 103 que hacía, eran verdades establecidas por el conocimiento personal. Él previó las doctrinas engañosas que llenarían el mundo, pero no las expuso ante el pueblo. En sus enseñanzas, se extendía en los principios inalterables de la Palabra de Dios. Magnificaba las verdades sencillas y prácticas, que el común del pueblo podía entender y trasladar a su experiencia diaria (8T 201).
Defendía sus doctrinas con fervor y certidumbre.
Cuando Jesús hablaba, no lo hacía con una incertidumbre vacilante, con repetición de palabras y hechos familiares. La verdad provenía de sus labios, revestida de nuevas e interesantes representaciones, que le daban la frescura de una nueva revelación.
Su voz nunca se manifestaba en un tono artificial, y sus palabras salían con seriedad y seguridad, apropiadas a su importancia, y a las consecuencias trascendentales, que implicaba su recepción, o su rechazo. Cuando sus doctrinas recibían oposición, las defendía con un celo y una certidumbre tan grandes, que daba la impresión a sus oyentes, que estaría listo a morir si fuera necesario, para sostener la autoridad de sus enseñanzas... Cuando enseñaba, sus palabras brotaban con autoridad; porque hablaba con un conocimiento positivo de la verdad (RH 7-1-1890).
Presentaba la verdad con la lozanía de una nueva revelación.
La verdad, nunca languidecía en sus labios, nunca sufría en sus manos por falta de 104 perfecta obediencia a sus requerimientos. "Para esto he nacido -declaró Cristo-, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad". Y los grandiosos principios de la verdad, salían de sus labios, con la lozanía de una nueva revelación. La verdad fue hablada por él, con un fervor proporcionado a su infinita importancia, y a los resultados trascendentales, que dependían de su éxito (5CBA 1122).
La gravedad y el poder de sus palabras.
Las palabras de Cristo, aunque pronunciadas sosegadamente, se distinguían por una gravedad y un poder que conmovían los corazones del pueblo. Escuchaban para oír, si repetía las tradiciones inertes y las exigencias de los rabinos, pero escuchaban en vano. "La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mat. 7: 28, 29) (DMJ 44).
Sus palabras eran tiernas y amorosas.
Lo oyeron animar, con tiernas y amorosas palabras al débil y al afligido; y también, lo oyeron impugnar con autorizada voz, el poderío de Satanás, y ordenar la emancipación de sus cautivos. Escucharon los ministriles, las palabras de sabiduría que derramaban sus labios, y, cautivados por ellas, no se atrevieron a echar mano de él (PE 160). 105
Capítulo 17 SUS PALABRAS ERAN PALABRAS DE VERDAD
Él definía claramente sus palabras.
El unigénito Hijo de Dios, vino a nuestro mundo a revelar la verdad en contraste con el error. Nosotros debemos revelar esta verdad salvadora en nuestra manera de hablar, y en nuestro comportamiento cristiano. La verdad nunca languidecía en los labios de Cristo. Era claramente definida en palabras, en obras, y en espíritu (Carta 222, 1908).
Había ternura en el tono de su voz.
En todas sus enseñanzas, Cristo presentaba principios puros y genuinos. Él no pecó, ni en sus labios fue hallado engaño. De sus labios salían, constantemente, verdades sagradas y ennoblecedoras. Él habló como ningún 106 hombre ha hablado, con un sentimiento que tocaba los corazones. Se llenaba de ira santa, cuando veía a los dirigentes judíos enseñar como doctrinas, mandamientos de hombres, y les hablaba con la autoridad de la verdadera grandeza. Con un poder terrible, denunciaba toda intriga artificiosa, toda práctica deshonesta. Él limpió el templo de su contaminación, como desea limpiar nuestros corazones, de todo aquello que tenga la más mínima apariencia de fraude. La verdad nunca languidecía en sus labios. Expuso sin temor alguno, la hipocresía de los sacerdotes y gobernantes, fariseos y saduceos (RH 12-5-1910).
Presentaba la verdad en su luz apropiada.
Las palabras de Cristo no eran nuevas, pero salían con la fuerza de la revelación; porque presentaba la verdad bajo la luz adecuada, y no bajo la luz, en la cual los maestros la habían presentado ante el pueblo (RH 28-11-1893).
Distinguía la verdad del error.
Él podía haber revelado misterios, que los patriarcas y profetas hubieran querido conocer, que la curiosidad humana ha estado impaciente por entender. Pero, cuando los hombres no pudieron discernir las verdades más simples y sencillamente declaradas, ¿cómo podrían entender misterios que estaban escondidos de los ojos mortales? Jesús no desdeñaba repetir verdades antiguas y familiares; porque era el autor de esas verdades. Él era la gloria del templo. Las verdades que 107 habían sido perdidas de vista, mal interpretadas y desconectadas de su verdadera posición, eran separadas por él de la compañía del error; y mostrándolas como joyas preciosas, en su propio brillo refulgente, las colocaba en su propio marco, y ordenaba que permanecieran para siempre.
¡Qué magnífica obra! Era de tal naturaleza, que el hombre finito no podía comprenderla, ni realizarla. Solamente la Mano divina, podía tomar la verdad que, en conexión con el error, había estado sirviendo a la causa del enemigo de Dios y del hombre, y colocarla donde pudiera glorificar a Dios, y ser la salvación de la humanidad. La obra de Cristo consistió en dar de nuevo al mundo la verdad, en su original frescura y belleza (RH 28-11-1893). 108
Capítulo 18 NO USABA ARGUMENTOS COMPLICADOS
Su enseñanza era al punto.
Cristo difícilmente intentó alguna vez probar que la verdad, era verdad. Ilustraba la verdad en todas sus enseñanzas, y entonces, dejaba a sus oyentes en libertad, para aceptarla, o rechazarla, según su elección. No forzaba a nadie a creer. En el sermón del monte, instruyó a la gente en la piedad práctica, bosquejando en forma específica su deber. Hablaba de tal manera, que recomendaba la verdad a la conciencia. El poder manifestado por los discípulos, era revelado en la claridad y el fervor con que expresaban la verdad (Ev 129).
Conducía las mentes inquisitivas.
Él, [Cristo] no presentaba un gran volumen de verdad, para que fuera 109 aceptada de una vez. Él conducía las mentes inquisitivas de una verdad a otra, de lección en lección, abriendo la importancia de las Escrituras, según las iban pudiendo asimilar. De esta manera, debe revelarse en cada época, la verdad apropiada para ese tiempo, y esencial para el carácter y la vida (RH 14-10-1890).
No reclamaba obediencia por medio de argumentos.
Cristo vino al mundo, a sujetar a sí mismo toda resistencia y autoridad, pero no reclamó obediencia, mediante la fuerza del argumento o la voz de mando; él iba haciendo bienes, y enseñando a sus seguidores, las cosas pertenecientes a su paz (4T 139). 110
Capítulo 19 CRISTO ESTUDIABA LOS SEMBLANTES
Observaba la expresión del rostro.
El Redentor del mundo anduvo haciendo bienes. Cuando estaba delante de la gente, diciéndoles las palabras de verdad eterna, ¡con qué fervor observaba los cambiantes rostros de sus oyentes! Las caras que expresaban profundo interés, y placer al escuchar sus palabras, le proporcionaban gran satisfacción. Y cuando la verdad, claramente expresada, hacía alusión a algún pecado, o ídolo acariciado, él notaba el cambio en el rostro, la expresión fría, severa y resentida, que indicaban que la verdad no era bienvenida (OE 49).
Es un ejemplo para los maestros.
Cuando Cristo estaba enseñando en la tierra, vigilaba el rostro de sus 111 oyentes, y el brillo de los ojos, la expresión animada, le decían en un momento, cuándo alguien asentía a la verdad. De la misma forma, los maestros de la gente en nuestros días, deben estudiar el rostro de sus oyentes (Ev 119).
Buscaba súbditos promisorios para su reino.
Jesús vigilaba con profundo fervor, los cambios que se veían en los rostros de sus oyentes. Los que expresaban interés y placer, le causaban gran satisfacción. A medida que las saetas de la verdad penetraban hasta el alma, a través de las barreras del egoísmo, y obraban contrición y finalmente gratitud, el Salvador se alegraba. Cuando su ojo recorría la muchedumbre de oyentes, y reconocía entre ellos rostros que había visto antes, su semblante se iluminaba de gozo.
Veía en ellos promisorios súbditos para su reino. Cuando la verdad claramente pronunciada, tocaba algún ídolo acariciado, notaba el cambio en el semblante, la mirada fría y el ceño que le decían que la luz no era bienvenida. Cuando veía a los hombres rechazar el mensaje de paz, su corazón se transía de dolor (DTG 220).
Vigilaba las reacciones individuales.
Ni siquiera la muchedumbre, que con tanta frecuencia seguía sus pasos, era para Cristo una masa confusa de seres humanos. Hablaba y exhortaba directamente a cada mente y se dirigía a cada corazón. Observaba los rostros de sus oyentes, notaba cuando se iluminaban, 112 notaba la mirada rápida y de comprensión, que revelaba el hecho de que la verdad había llegado al alma, y su corazón vibraba en respuesta, con gozosa simpatía (Ed 227). 113
Capítulo 20 CRISTO SE ADAPTABA A SUS OYENTES
Descubría las verdades a medida que podían soportarlas.
Cristo atraía hacia sí los corazones de sus oyentes, por la manifestación de su amor; y entonces, poco a poco, a medida que iban siendo capaces de soportarlo, les descubría las grandes verdades del reino. Debemos aprender a adaptar nuestras labores a las condiciones de la gente; a encontrar a los hombres donde están (Ev 47).
Tenía mensajes variados para diferentes auditorios.
[Jesús] variaba sus mensajes de misericordia, para adaptarlos a su auditorio. Sabía "hablar en sazón palabra al cansado" porque la gracia se derramaba de sus labios, a fin de inculcar a los hombres los tesoros 114 de la verdad, de la manera más atrayente. Tenía tacto para tratar con los espíritus llenos de prejuicios, y los sorprendía con ilustraciones que conquistaban su atención. Mediante la imaginación, llegaba al corazón (DTG 219).

Usaba un lenguaje común.
Aprended de Jesús. Él fue el Maestro más grande que el mundo ha conocido jamás; no obstante, usaba el lenguaje común de la vida. Él satisfacía las necesidades de todos. Adaptaba sus instrucciones a todo tiempo y lugar, a ricos y pobres, a educados e ignorantes. Hasta se espaciaba en los temas más importantes que pudieran atraer la atención; y los presentaba de tal forma y usaba tales ilustraciones, que los intelectos más débiles podían captar su significado, mientras las mentes más brillantes eran atraídas e instruidas (RH 22-7-1884).
Buscaba toda clase de personas.
En sus temas de enseñanza, encaraba el caso de toda clase social. Comía y se hospedaba con los ricos y con los pobres, y se familiarizaba con los intereses y ocupaciones de los hombres, para poder ganar acceso a sus corazones. La persona culta y más intelectual, quedaba gratificada y encantada con sus disertaciones, y éstas eran tan sencillas, que hasta los de mente menos desarrollada podían entenderlo (3T 214).
Sus lecciones se adaptaban a la necesidad.
El respeto demostrado a Cristo en las fiestas a las cuales 115 asistía, estaba en marcado contraste con la manera en que los escribas y fariseos eran tratados, y esto les daba envidia. Cristo presentaba lecciones, adaptadas a las necesidades de sus oyentes (Ms 19, 1899).
No realizaba acciones abruptas ni usaba reglas prescritas.
Jesús encontraba acceso a las mentes por el camino de sus asociaciones más familiares. Él perturbaba tan poco como era posible, el tren habitual del pensamiento de la gente, por acciones abruptas o prescritas. Honraba al hombre con su confianza, y así lo colocaba en el puesto que correspondía a su honor. Introducía viejas verdades, con una luz nueva y preciosa (Ev 106, 107).
Usaba diferentes métodos para llamar la atención.
De los métodos de trabajo de Cristo, debemos aprender muchas lecciones valiosas. Él no siguió un solo método; en diversas formas, procuró captar la atención de las multitudes, y habiendo tenido éxito en eso, les proclamaba las verdades del evangelio (CSS 384). 116
Capítulo 21 SUS ILUSTRACIONES, SÍMBOLOS Y FIGURAS
El más grande de los maestros elegía bien sus ilustraciones.
Jesús fue el más grande de los Maestros que el mundo ha conocido. El presentaba la verdad mediante declaraciones claras y convincentes, y las ilustraciones que usaba eran del orden más puro y superior. Nunca mezclaba símbolos y figuras vulgares con la instrucción divina, ni procuraba complacer la curiosidad, ni gratificar a la clase que escucha sólo para pasar el tiempo. Nunca llevaba la verdad sagrada al nivel de lo común, y las ilustraciones jocosas que algunos ministros del evangelio usan, nunca fueron pronunciadas por sus divinos labios. Cristo no empleaba ilustraciones para divertir y provocar risa (RH 6-8-1895). 117

No usaba chistes para llamar la atención.
El divino maestro, no usaba ilustraciones que proyectaran la más mínima sombra en el alma. Sus palabras eran del más puro y elevado carácter. Nunca condescendió a pronunciar algo cómico, con el fin de llamar la atención del público (RH 6-8-1895).
Hacía uso de sucesos comunes para ilustrar.
Jesús ilustraba las glorias del reino de Dios, por el uso de los incidentes y los sucesos de las tierra. Con amor compasivo y tierno, alegraba, consolaba e instruía a todos los que le oían; porque sobre sus labios se derramaba la gracia, a fin de que pudiese presentar a los hombres, de la manera más atrayente, los tesoros de la verdad (CM 228).
Sacaba lecciones espirituales de la naturaleza.
El gran Maestro puso a sus oyentes en contacto con la naturaleza, para que oyesen la voz que habla en todas las cosas creadas, y a medida que sus corazones se hacían más sensibles y sus mentes más receptivas, les ayudaba a interpretar la enseñanza espiritual de las escenas que contemplaban sus ojos. Las parábolas, por medio de las cuales le gustaba enseñar lecciones de verdad, muestran cuán abierto estaba su espíritu a las influencias de la naturaleza, y cómo le agradaba sacar la enseñanza espiritual del ambiente en que transcurría la vida diaria.
Cristo se valía de las aves del cielo, los lirios del campo, el sembrador y la semilla, el pastor y las 118 ovejas, para ilustrar verdades inmortales. También sacaba ilustraciones de los acontecimientos de la vida, de cosas familiares a sus oyentes, tales como la levadura, el tesoro escondido, la perla, la red del pescador, la moneda perdida, el hijo pródigo, las casas construidas en la arena y en la roca. En sus lecciones, había algo para interesar a cada mente, e impresionar cada corazón (Ed 102, 103).
Elegía cuidadosamente los lugares.
El Redentor del mundo procuraba presentar sus instrucciones en forma llana y sencilla, de manera que todos pudieran comprenderlas. Por lo general, presentaba sus discursos al aire libre. No había paredes que pudieran contener a todos los que lo seguían; pero él tenía razones especiales para acudir a las colinas y las costas, para presentar sus instrucciones. Allí él podía dominar el paisaje con la vista, y usar objetos y escenas familiares a los del común del pueblo, para ilustrar las verdades importantes que quería hacerles conocer.
Él relacionaba la obra de Dios en la naturaleza, con sus instrucciones. Los pájaros que trinaban sin preocupación, las flores del valle que resplandecían en su belleza, los lirios que crecían en paz y tranquilidad, en su pureza en el lecho del lago, los elevados árboles, las tierras cultivadas, las espigas ondulantes, el terreno infecundo, los árboles sin frutos, las colinas eternas, las corrientes burbujeantes, el sol poniente, que coloreaba y hacía relucir los cielos -todo esto empleaba él, para impresionar a sus oyentes con la verdad divina. 119 Él conectaba las palabras de vida, con las obras de Dios en el cielo y en la tierra. Quería impresionar sus mentes, para que, cuando vieran las obras maravillosas de Dios en la naturaleza, sus lecciones surgieran frescas en la memoria (2T 579, 580).
Iba de lo conocido a lo desconocido.
En su enseñanza, Cristo sacaba sus ilustraciones del gran tesoro de los vínculos y afectos familiares, y de la naturaleza. Ilustraba lo desconocido con lo conocido; las verdades sagradas y divinas eran cosas naturales y terrenas, familiares para la gente que lo rodeaba. Estas eran las cosas que habían de hablar a su corazón, y hacer la más profunda impresión en su mente.
Las palabras de Cristo, colocaron en un nuevo aspecto las enseñanzas de la naturaleza, y hacían de ellas una nueva revelación. Podía hablar de las cosas que habían hecho sus propias manos, porque tenían propiedades y cualidades que le eran peculiarmente propias. Tanto en la naturaleza, como en las sagradas páginas de las Escrituras del Antiguo Testamento, se revelan verdades divinas portentosas; y en sus enseñanzas, Jesús las revelaba a la gente, vinculadas a la belleza de las cosas naturales (CM 170, 171).
Usaba figuras y símbolos.
Para su propio sabio propósito, el Señor velaba las verdades espirituales con figuras y símbolos. Mediante el uso de figuras de lenguaje, daba a menudo a sus acusadores y enemigos la reprensión más sencilla y efectiva, y ellos no podían 120 encontrar en sus palabras ninguna ocasión para condenarlo. Por medio de parábolas y comparaciones, encontró el mejor método de comunicar la verdad divina. En un idioma sencillo, usando figuras e ilustraciones sacadas del mundo natural, abría la verdad espiritual a sus oyentes y daba expresión a hermosos principios, que pudieran haber pasado por sus mentes, y apenas dejado un rastro, si él no hubiera conectado sus palabras, con escenas conmovedoras de la vida, la experiencia, o la naturaleza. De esta manera despertaba su interés, promovía un espíritu de investigación, y cuando tenía su atención asegurada, decididamente impresionaba en ellos, el testimonio de la verdad. Así podía impresionar debidamente el corazón, para que en el futuro, sus oyentes pudieran mirar las cosas que él había relacionado con la lección, y recordar las palabras del divino Maestro (FE 236). 121
Capítulo 22 EL OBRERO MODELO
Cristo es el ejemplo del obrero cristiano.
El obrero cristiano debe esforzarse, por ser lo que Cristo era cuando vivía en esta tierra. Él es nuestro ejemplo, no sólo en su pureza sin mancha, sino también en su paciencia, amabilidad y disposición servicial. Su vida es una ilustración de la cortesía verdadera. Él tenía siempre una mirada bondadosa y una palabra de consuelo, para los menesterosos y los oprimidos. Su presencia hacía más pura la atmósfera del hogar. Su vida era como levadura que obraba entre los elementos de la sociedad. Pura y sin mancha, andaba entre los irreflexivos, groseros y descorteses; entre injustos publicanos y samaritanos, soldados paganos, toscos campesinos y la muchedumbre. Aquí y allá 122 dejaba caer palabras de simpatía (OE 127).
Era un representante del cielo.
El Salvador del mundo quiere que sus colaboradores le representen y cuanto más íntimamente un hombre ande con. Dios, tanto más perfecta será su manera de dirigirse a la gente, así como su comportamiento, su actitud y sus ademanes. En nuestro Modelo, Cristo Jesús, no se vieron nunca modales groseros y desmayados. Él era representante del Cielo, y los que le siguen deben ser semejantes a él (3TS 327).


Un sermón ejemplar.
El Sermón del Monte es un ejemplo, de cómo debiéramos enseñar. ¡Qué cuidado ejerció Cristo para hacer que los misterios ya no fueran misterios, sino verdades sencillas y simples! En sus instrucciones no había nada vago, ni difícil de entender.
"Y él empezó a enseñarles" (Mat. 5: 2). Sus palabras no eran habladas como en susurro, ni sus expresiones duras y desagradables. Él hablaba con claridad y énfasis, con una fuerza solemne y convincente (7T 269).
Es un modelo para los obreros.
En su obra de ministerio a favor de los enfermos y afligidos, Cristo se destaca ante el mundo, como el más importante de los médicos misioneros que el mundo ha conocido jamás, y el modelo para cada obrero cristiano misionero. Él conocía la palabra correcta que hablar a cada 123 sufriente, y no solamente hablaba lo que traía sanidad al cuerpo, sino convicción al alma e iluminación espiritual. Él llevó el conocimiento de sí mismo y de las principales necesidades del alma a los que lo buscaban.
Los discursos de Cristo, eran la explicación espiritual de su ministerio para los afligidos (MM 194).
No sólo sermoneaba.
Cristo es el ministro Modelo. ¡Qué directas y al punto, qué bien adaptadas al propósito y las circunstancias, eran las palabras de Cristo! ¡Cuán claras y convincentes eran sus ilustraciones! Su estilo, se caracterizaba por sencillez y solemnidad. Mediante las enseñanzas de Cristo, no hay nada que justifique el uso de anécdotas humorísticas, por parte del ministro en el púlpito. Las lecciones de Cristo debieran ser cuidadosamente estudiadas, y los temas, maneras y formas de discursos, debieran ser modeladas conforme al Modelo divino. Un despliegue de oratoria, una retórica ostentosa, y un porte refinado no constituyen un buen discurso... Cristo no sermoneaba como hacen hoy los hombres. Usando tonos intensamente fervientes, les daba seguridad de la vida venidera, del camino de salvación (RH 23-6-1891).124

Comentarios

Entradas populares